Un taxista en Berlín llevaba de pasajera a una monja. Mientras conducían, el taxista no podía dejar de mirarla. Ella le preguntó: — ¿Por qué sigues mirándome? El taxista respondió: — Quiero preguntarte algo, pero no quiero ofenderte. La monja sonrió y dijo: — Querido, no puedes insultarme. He pasado por muchas cosas en mi vida. He tenido la oportunidad de ver y escuchar casi todo, no hay nada que puedas decir o preguntar que me ofenda. El taxista recobró el coraje y, tras unos segundos de silencio, confesó: — Bueno… siempre he soñado con besar a una monja. La monja lo miró fijamente y, tras un momento de reflexión, respondió: — Bueno, me gustaría cumplir tu sueño, pero primero debes estar soltero y ser católico. El taxista, emocionado, dijo: — ¡Sí, lo estoy! Nunca me he casado y soy un católico devoto. La monja asintió con una sonrisa y dijo: — Muy bien, entonces detente en la próxima esquina. El taxista obedeció de inmediato. Se detuvo en una calle apartada, y la monja se inclinó...
Tres temores horribles sin duda. De todos los que existen el que mejor asumo es el inevitable, el que no podría ser de otra manera, el que no se puede luchar contra él. Es malo también, pero te da la tranquilidad de que no depende de ti para solucionarse, por lo que te descarga de culpabilidad o responsabilidad. Lo imprevisible me saca de quicio. Es lo que peor llevo.
ResponderEliminarUn saludo.
Cayetano, lo imprevisible forma parte de la materia prima de la vida, es mejor aceptarlo y tener planes maestros al respecto.
EliminarSaludos