En 1974, la artista Marina Abramović realizó uno de los experimentos sociales más perturbadores de la historia del arte performativo. La artista se colocó, sin anestesia, sobre una mesa en una sala espaciosa. A su alrededor dispuso una variedad de objetos: algunos potencialmente dañinos como tijeras, cuchillos y hasta una pistola cargada, junto con otros inofensivos como flores y miel. Ver El mal y la maldad Abramović invitó entonces a los asistentes a utilizar cualquiera de estos objetos sobre su cuerpo como mejor les pareciera. El objetivo era explorar los límites del comportamiento humano y la dinámica entre artista y público. Inicialmente, los espectadores se mostraron titubeantes. Sin embargo, al ver que Abramović permanecía impasible, fueron volviéndose progresivamente más audaces. Algunos utilizaron los cuchillos para hacer cortes superficiales, otros emplearon las tijeras para rasgar su ropa. Hubo quienes llegaron a apuntar el arma hacia ella, rozando peligrosamente el límite