Después de sucumbir a una fiebre en 1705, la irlandesa Margorie McCall fue enterrada apresuradamente para evitar la propagación de la enfermedad que la había postrado. Margorie fue sepultada con un valioso anillo que su esposo no pudo retirar debido a la hinchazón de su dedo. Este detalle la convirtió en un objetivo atractivo para los ladrones de cadáveres, quienes esperaban beneficiarse tanto del cuerpo como del anillo. Ver ¡En su entierro, no hubo nadie! La noche después de su entierro, antes de que la tierra se hubiera asentado por completo, los saqueadores de tumbas aparecieron y comenzaron a desenterrar el ataúd. Al no lograr quitarle el anillo, decidieron cortarle el dedo. Pero en cuanto la sangre comenzó a fluir, Margorie despertó de su coma, se incorporó y soltó un grito aterrador. El destino de los ladrones de tumbas sigue siendo incierto. Algunas versiones de la historia dicen que los hombres murieron de inmediato del susto, mientras que otras afirman que huyeron y nunca vo