La muerte de Francisco Pizarro fue un momento crucial en la historia de la conquista española del Imperio Inca y del Nuevo Mundo en general.
Pizarro había sido uno de los líderes más destacados de la conquista, liderando una expedición que había derrotado al Imperio Inca y había capturado y ejecutado al emperador Atahualpa en 1533. Después de la conquista, Pizarro se convirtió en gobernador de la Gobernación de Nueva Castilla, que abarcaba gran parte de la costa occidental de América del Sur.Sin embargo, la rivalidad entre Pizarro y su antiguo socio y rival, Diego de Almagro, había crecido en los años siguientes a la conquista. Ambos hombres habían luchado por el control de los territorios conquistados, y la tensión entre ellos y sus seguidores había llevado a la violencia en varias ocasiones. En 1538, Almagro había sido derrotado y ejecutado en la ciudad del Cusco, pero sus seguidores continuaron buscando venganza.
El 26 de junio de 1541, un grupo de doce conspiradores liderados por Juan de Rada irrumpió en el palacio de Pizarro en La Ciudad de los Reyes (Lima) y lo atacó. Pizarro se defendió valientemente, matando a tres de sus atacantes, pero finalmente fue superado y asesinado. Su muerte marcó el comienzo de un período de luchas internas entre los conquistadores españoles en el Nuevo Mundo, que continuaron enfrentándose por el control y la administración de las vastas tierras conquistadas.
Los restos de Pizarro fueron enterrados en la catedral de Lima, donde aún permanecen hoy en día. Su legado como uno de los líderes más destacados de la conquista española del Imperio Inca y del Nuevo Mundo sigue siendo objeto de estudio y debate entre los historiadores. Aunque su muerte marcó el comienzo de un período de inestabilidad y violencia en la región, también sentó las bases para la formación de nuevas sociedades y culturas en el Nuevo Mundo.
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