Los hombres no son débiles porque les falte fuerza física. Son débiles porque carecen de control.
Control sobre sus emociones.
Un hombre que deja que sus sentimientos dicten sus acciones —rabia, celos, inseguridad— es una marioneta de su propia mente. El hombre verdadero, en cambio, domina sus emociones; no permite que lo dominen. La capacidad de manejar los impulsos emocionales y reaccionar con calma ante la adversidad es lo que distingue a un hombre fuerte de uno débil.
Control sobre su tiempo.
La mayoría de los hombres desperdician sus vidas en distracciones: videojuegos, redes sociales, placeres inmediatos. Mientras tanto, otros están construyendo imperios, dominando sus días con propósito y disciplina. El hombre débil elige la comodidad sobre la disciplina, eligiendo lo fácil a corto plazo y renunciando a lo grande a largo plazo.
La debilidad no tiene que ver con la genética, el dinero o la suerte. La debilidad es una elección. Puedes elegir el control o seguir siendo débil. La verdadera fuerza está en la capacidad de dominar los propios deseos, el propio tiempo y, sobre todo, el propio destino.
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