Fotografiar una cacería puede ser una experiencia muy gratificante por la intensidad de la acción y la interacción entre los animales.
Así fue en esta ocasión, durante una matanza protagonizada por una numerosa familia de leones, compuesta por nueve miembros, entre ellos varios cachorros. Todos los leones comieron hasta saciarse, y el ambiente era de satisfacción y tranquilidad tras la vorágine inicial.
De repente, uno de los cachorros, visiblemente sobrealimentado, se dejó caer de espaldas, completamente rendido y con el vientre exageradamente hinchado. Fue un momento divertido y tierno a la vez, porque el pequeño, tumbado boca arriba, me miró directamente, como si compartiera conmigo su felicidad y su hartazgo. Los leones son capaces de ingerir una enorme cantidad de alimento en una sola sentada, y en los cachorros esto se nota aún más: sus barriguitas se inflan tanto que parecen caricaturas, con sus patas cortas y redondeadas, casi como pequeños muslos de pollo.
Ver a un cachorro de león salvaje en ese estado es una escena entrañable. La inocencia y la torpeza con la que se mueven después de comer, sumado a su aspecto regordete, hacen que el momento sea especialmente memorable. Es un recordatorio de la abundancia y la seguridad que puede ofrecer la vida en familia dentro de la naturaleza, y también una oportunidad única para captar imágenes llenas de vida y personalidad.
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