La historia está plagada de ejemplos de crueldad injustificada hacia los desfavorecidos, pero un incidente en particular destaca por su peculiar brutalidad. A finales de los años setenta, se capturó en fotografía a un acaudalado neoyorquino en el acto de orinar sobre un indigente. Esta imagen provoca una cascada de preguntas inquietantes: ¿Cuándo fue la última vez que ese hombre sin hogar pudo comer o disfrutar de un baño caliente? ¿Sufría alguna enfermedad? ¿Qué circunstancias lo llevaron a dormir en las frías calles de Nueva York? Para el magnate, estas consideraciones eran irrelevantes. La mera indiferencia no satisfacía a alguien que lo tenía todo. En un acto de suprema degradación, eligió humillar activamente a otro ser humano, vulnerable y expuesto al inclemente frío urbano, simplemente para su propia y perversa gratificación. Este episodio no solo ilustra la deshumanización de los marginados, sino que también revela la corrosión moral que puede acompañar al exceso de privilegio