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El cofre de vidrios rotos

Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo.  Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar.  Las manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana. Ver Guía para quienes cuidan padres mayores El cofre de vidrios rotos El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos. - No quieren estar conmigo ahora -se decía- porque tienen miedo de que yo me convierta en una carga. Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un plan. A la mañana siguiente fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande.

Las dos pesadillas

Las dos pesadillas que un hijo le cuenta a su padre y las moralejas que de ellas se desprende. —Buenos días, papá. —¿Has dormido bien, hijo mío? —Sí, pero tuve dos sueños extraordinarios. He aquí el primero: un perrillo hacía dar vueltas a una rueda en la herrería. La rueda, al voltear, movía un fuelle que servía para avivar el fuego de la fragua. El herrero ponía sobre el hogar largas tiras de hierro que retiraba cuando ya estaban enrojecidas, machacando sobre ellas con el martillo para hacer los clavos. De tiempo en tiempo, cuando el perro se fatigaba y la rueda comenzaba a voltear más lentamente, el herrero, enojado, hería al perro con alguno de aquellos fierros candentes. Entonces la pobre bestia se lanzaba sobre la rueda y la hacía girar con precipitación. Pero después de mucho trabajar con la rueda, el perro, debilitado ya, se detuvo de pronto y no quiso moverla más. Entonces el herrero, sin compasión alguna, descuelga un látigo que hay sobre la pared, y se pone a