Un granjero se puso tan viejo que no ya podría trabajar los campos. Así que pasaría el día sentado en el pórtico de su casa.
Su hijo, aún trabajando la granja, levantaba la vista de vez en cuando y veía a su padre sentado allí. “Ya no es útil”, pensaba el hijo para sí, “¡no hace nada!”. Un día el hijo se frustró tanto por esto, que construyó un ataúd de madera, lo arrastró hasta el pórtico, y le dijo a su padre que se metiera dentro.
Sin decir nada, el padre se metió. Después de cerrar la tapa, el hijo arrastró el ataúd al borde de la granja donde había un elevado acantilado.
Una vida inútil |
Mientras se acercaba a la pendiente, oyó un débil golpeteo en la tapa desde adentro del ataúd. Lo abrió.
Aún tendido allí, pacíficamente el padre dirigió la mirada hacia arriba a su hijo.
- “Sé que vas a lanzarme al acantilado, pero antes de que lo hagas, ¿puedo sugerir algo?”
- “¿Qué?” contestó el hijo
- “Arrójame desde el acantilado, si quieres”, dijo el padre, “pero guarda este buen ataúd de madera. Tus niños pudieran necesitar usarlo”.
Sus hijos lo necesitarán sin duda, porque tienden a repetir lo que ven hacer a sus mayores.
ResponderEliminarUn saludo, Carlos.
El destino a veces, pero solo a veces, se venga de ti con tus mismas acciones.
EliminarUn saludo, Cayetano.
Siempre he pensado que lo que se hace en está vida, se paga en está vida...Si usaran el ataúd, de la misma forma que lo está haciendo él...
ResponderEliminarSaludos