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Las 20 leyes de la astucia

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El alacrán de la celda

La historia empieza en 1884, en la Hacienda de la Cacaria, trabajaba Juan un joven alto, moreno y robusto, que le decían “Juan sin miedo” porque era un hombre valiente. 

En una ocasión llegó a la ciudad un perro rabioso, motivo que hizo que la población se alarmara y cerrara todas las puertas de sus casas. En la escuela del pueblo, el profesor no supo del peligro y les dio salida a los niños y niñas justo cuando el perro estaba allí. Juan al mirar la intensión agresiva del perro sacó una escopeta para matarlo y al disparar, la bala atravesó el corazón de la señora Elvira, quien pasaba por el lugar. Juan fue encarcelado y tuvo que pagar por el delito 20 años en prisión.

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El alacrán de la celda

Después de 7 años de cárcel, las autoridades ordenaron que Juan sería condenado a la «La Celda de la Muerte» (llamada así por que cada preso que era encerrado ahí al día siguiente amanecía muerto, nadie lograba entender el por que ocurría esto). 

Aunque se decía que la verdadera razón era que el dueño de la hacienda quería a Juan muerto para quitarle a su prometida, que se llamaba Guadalupe. Cuando el director de la penitenciaría le preguntó a Juan. ¿Cuál es tu última voluntad?, el sentenciado a muerte contestó: «un banco, una docena de velas de sebo grandes y una caja de cerillos». Cumpliendo con su petición lo encerraron en la Celda de la Muerte.

El hombre con mucho miedo y nervios prendía la velas en el momento que sentía una presencia extraña. Las horas parecían siglos, y hora tras hora contaba las campanadas que daba el reloj de la catedral. Cuando ya el temor lo vencía y la vela se apagaba, la prendía nuevamente y veía con atención a su rededor. Cual fue su sorpresa al ver un enorme alacrán de unos 30 centímetros de largo, que pronto se ocultó en su madriguera. 

Tomó los cerillos y apagó la vela, permaneciendo en silencio y dejando transcurrir el tiempo. Su objetivo era matar al animal, o al menos, no dejarse picar. Cuando el reloj indicó las 5 de la mañana, encendió el cerillo y el cúbito de su última vela y miró el enorme alacrán que estaba a un paso de su banco; sin pensarlo, se quitó el sombrero y lo arrojó sobre el alacrán. Tomó el banco y lo puso en encima del sombrero, para que el animal no escapara, al ver que lo había atrapado, se volvió a quedar a obscuras, y por unos minutos lloró sin poder contenerse. De lejos, se escucharon los pasos de los camilleros que venían por el cadáver de Juan para enterrarlo.

Juan, con modestia después de saludarles, les pidió que le ayudaran a sacar al alacrán asesino. Juan fue indultado y puesto en libertad por su hazaña, volvió a la Cacaria y se casó con su prometida. El calabozo dejó de ser «La Celda de la Muerte», y volvió a su antiguo nombre: «La celda de San Juan».

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