Cierta vez, un mosquito se acercó a un león y le dijo que no le tenía miedo porque, a pesar de su tamaño, era más fuerte que él.
El rey de los felinos, sorprendido por su atrevimiento, se echó a reír, pero el insecto le retó diciendo: «Si crees que puedes ganarme, demuéstramelo». Como quería quitárselo de encima, el león le desafió a un combate.Así, el mosquito hizo sonar su zumbido y atacó al animal picándole muchas veces alrededor de la nariz, donde no tenía pelo que le protegiera. Muy agobiado, el león empezó a arañarse con sus propias garras hasta que, cansado de hacerse daño, renunció a la pelea. Feliz, el mosquito voló como un loco por todas partes jactándose de su victoria.
Tan orgulloso estaba que, sin darse cuenta, se enredó en una tela de araña y, en cuestión de segundos, su dueña se acercó con la intención de comérselo de un bocado. Instantes antes de ser devorado, el mosquito se lamentó: «Pero qué desdicha más grande. Yo, que he luchado contra los más poderosos y los he vencido, voy a perecer a manos de una insignificante araña». Y antes de hincarle el diente, ésta le dijo: "No importa lo grandes que hayan sido tus éxitos, lo que sí importa es evitar que la dicha, el orgullo y la prepotencia por haberlos obtenido lo arruinen todo".
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