A principios de la década de 1950, en una remota isla, una joven protagonizó una extraordinaria historia de convivencia con tres cocodrilos de agua salada.
Tras encontrar a tres crías de cocodrilo machos cuyo madre había sido asesinada, decidió adoptarlos y criarlos como si fueran sus propios hijos. Lo más sorprendente es que estos cocodrilos no solo sobrevivieron, sino que crecieron hasta convertirse en especímenes gigantescos, alcanzando entre 20 y 21 pies de largo (alrededor de 6-6,5 metros) y llegando a pesar casi 2,000 kg.
A pesar de su asombroso tamaño, estos cocodrilos no vivían en cautiverio. Eran libres de moverse por toda la isla, pero generalmente permanecían cerca de una de las playas. Aunque tenían total libertad para nadar o alejarse de la isla, siempre regresaban, mostrando un comportamiento inusual para su especie. A veces, la joven les preparaba comida y descendía a la playa para alimentarlos personalmente. Pero lo más impactante es que no se trataba de un simple vínculo alimentario, pues los cocodrilos podían pasar días o semanas sin ser alimentados por ella, y aún así nunca mostraron signos de agresión hacia su cuidadora.
Este vínculo extraordinario entre la mujer y los cocodrilos llevó a situaciones que desafiaban la lógica y el peligro inherente a estos enormes reptiles. La mujer podía acariciarlos, tocarlos e incluso nadar con ellos, llegando a montar en el lomo de uno mientras nadaba. En una ocasión memorable, ella durmió junto a ellos en la playa durante la noche y despertó sana y salva. Esto no era común en la relación entre humanos y cocodrilos, ya que estos animales, considerados letales, rara vez interactúan pacíficamente con las personas.
La razón de esta relación tan inusual parece estar en el hecho de que la joven crió a los cocodrilos desde que eran pequeños. Probablemente, los animales la reconocían como su figura materna, lo que explicaría por qué nunca la atacaron. Sin embargo, su comportamiento con los demás humanos seguía siendo peligroso. En una ocasión, uno de los cocodrilos intentó atacar a un periodista que se acercó demasiado. La única persona a salvo en la isla era ella; cualquier otra persona habría sido considerada una amenaza mortal por los cocodrilos.
Esta historia recuerda a otra más reciente, la de Pocho y Chito, un hombre de Costa Rica que convivió de forma similar con un cocodrilo. Pocho, al igual que los cocodrilos de la joven, desarrolló un vínculo excepcional con Chito, que duró hasta la muerte de Pocho en 2011. Estas relaciones extraordinarias entre humanos y cocodrilos destacan lo insólito y misterioso de los vínculos que a veces se pueden formar entre especies tan distintas.
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Pues yo opino que cualquier especie, reacciona al cariño y al cuidado de esta manera, no me parece raro, si tu tratas bien a un animal de cualquier especie te devolverá su fidelidad multiplicada, esto no parece ser aplicable a los seres humanos, quienes muchas veces a pesar de recibir todo el cariño del mundo, se convierten en “ malos bichos “
ResponderEliminarSi quieres amor debes dar amor, el universo se mueve gracias al amor
ResponderEliminarSi quieres amor, entonces entrega amor. Es la fuerza que mueve al universo
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