Érase una vez un emperador en Japón que lanzaba una moneda antes de cada guerra en la que luchaba. Si la moneda caía en "cruz", les decía a sus soldados: "Venceremos", y si caía en "cruz", les decía: "Perderemos".
Lo notable fue que la moneda nunca cayó en "cruz", siempre cayó en "cara". Los soldados lucharon con entusiasmo y terminaron ganando.
Pasaron los años, y el emperador acumuló victoria tras victoria, hasta que envejeció y llegó a sus últimos momentos.
Su hijo, que se convertiría en emperador después de él, entró y dijo: "Padre, quiero que esta moneda siga ganando victorias".
El emperador sacó la moneda de su bolsillo y se la dio. El hijo miró la primera cara y vio una imagen. Cuando le dio la vuelta a la moneda, se sorprendió mucho al ver que el otro lado también mostraba una imagen. Le dijo a su padre: "¡Has estado engañando a la gente todos estos años! ¿Qué les voy a decir ahora? ¡¿Que mi padre, el héroe, era un tramposo?!" El emperador respondió: "No he engañado a nadie. Así es la vida. Cuando participas en una batalla, tienes dos opciones: la primera es ganar y la segunda es ganar. ¡La derrota se realiza si piensas en ella, y la victoria se realiza si crees en ella!"
La lección: No superamos las preocupaciones de la vida por suerte, sino confiando en Dios y en la voluntad propia.
Como dice un hombre sabio: "Lo que temes te puede pasar si sigues pensando en ello. Piensa siempre en lo que te hace feliz y aléjate de lo que te preocupa".
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