Nos alojábamos en Kenia, y detrás de nuestro hermoso hotel había una playa soleada. Una noche, decidimos dar un paseo tardío y disfrutar de Kenia de noche.
Sin embargo, la playa se veía muy diferente de lo que había sido durante el día. Las jóvenes locales solicitaban participar en actividades recreativas (prácticamente gratuitas, especialmente para los turistas), y nos dimos cuenta de que al menos dos hombres se quedaron en nuestro hotel, alejándose con chicas que serían mucho más jóvenes que sus hijas.
La pobreza y la enfermedad caminaban de la mano en los horizontes del VIH, y este tipo de turismo no hacía más que empeorar la situación.
También vimos a hombres locales parados cerca de hogueras, y estoy bastante seguro de que no estaban parados allí por diversión. Más bien, eran los pastores de sus rebaños.
Una chica se acercó a nosotros de inmediato e hizo proposiciones lascivas sin siquiera parpadear. A ella no parecía importarle en absoluto, ni tampoco le importaba la protección. No dijimos mucho porque estábamos conmocionados.
Salimos de la playa poco después.
Más tarde, leí en un informe de UNICEF que hasta el 30% de las niñas de 12 a 18 años en las zonas costeras de Kenia participan en este tipo de actividad.
Ella era solo una de ellas.
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En Cuba es igualito.
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