Una gota de miel cayó al suelo. Una hormiguita, atraída por su dulzura, se acercó y la probó.
La miel era tan deliciosa que no pudo resistir la tentación de volver.
Tomó otro sorbo, luego otro, cada vez más hechizada por este néctar divino. Pero pronto, la hormiga, insaciable, quería más. Decidió sumergirse por completo en la gota de miel, bañarse en ella, perderse en ella.
Se sumergió, se envolvió, se ahogó. ¡Ay! La miel, tan dulce, se convirtió en su prisión. Sus patitas, pegajosas, ya no podían moverse. Luchó, luchó, pero en vano. La miel, lentamente, la rodeó, la inmovilizó, la asfixió. Y la hormiga, prisionera de su propia gula, pereció en esta dulzura mortal.
Los Sabios dicen: "El mundo es solo una enorme gota de miel". El que se contenta con probarlo con moderación encuentra la paz. Pero el que se sumerge en ella, codicioso e insaciable, es tragado y perdido para siempre. La tentación es dulce, pero su trampa es fatal. La sabiduría está en la moderación y la locura en el exceso.
Así, el mundo, como esta gota de miel, ofrece sus delicias a aquellos que saben contentarse con ella, pero devora a los que se abandonan a ella sin restricciones.
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