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La historia real de cómo un niño detuvo el acoso: un padre le enseñó que debía elegir entre mirar arriba o abajo. ¡Su valiente decisión cambió todo!
El fenómeno del acoso escolar (o bullying) es complejo, y la pregunta de por qué algunas personas lo sufren y otras no a menudo se centró en mi propia percepción de mí mismo. En mi etapa escolar, yo era un niño notablemente delgado, un detalle que recuerdo incluso al alistarme en el Ejército, donde pesaba solo 54 Kg., contrastando con un aumento de peso posterior. Esta conciencia de mi propia constitución física me hacía sentir que ciertas características podían ser percibidas como debilidad por un acosador, lo cual era mi caso.
El acoso que yo sufría, ejemplificado por las acciones implacables de un niño mayor llamado Charlie Long (insultos, presión, intentos de hacerme tropezar), se basaba en la búsqueda de un objetivo al que él consideraba en una posición de desventaja. Mi padre me ofreció una perspectiva fundamental que lo cambió todo: me dijo que Charlie se metía conmigo porque percibía que él tenía una posición de fortaleza que yo no tenía y que yo le permitía construir su ego a mi costa. Él me explicó que el acoso escolar es, en realidad, un signo de la propia inseguridad del matón. La dinámica se resumió en una elección binaria y crucial que grabé a fuego: "solo hay dos formas de ver a un matón... arriba o abajo. Tú estás en el suelo mirándoles o ellos están en el suelo mirándote hacia arriba. Tu decisión."
La solución radical que elegí después de esa conversación con mi padre fue la de cambiar esa dinámica de poder de manera abrupta y física. En un momento de valentía impulsiva, confronté a mi acosador a solas, atacándolo por sorpresa con mi fiambrera metálica. Mi acción no solo fue un acto de defensa desesperada, sino una declaración de límites y una inversión de roles: el agresor terminó herido, llorando y sujetándose la cabeza. La amenaza posterior que le hice fue clara y definitiva: el acoso había terminado. La represalia sería mayor si rompía la tregua o si intentaba delatarme. Ver El fascinante arte de la estrategia
El resultado fue una transformación inmediata en mi relación con él. Yo esperaba ser llamado a la oficina del director ese mismo día, pero no sucedió. Charlie Long nunca volvió a mirarme a los ojos ni intentó acosarme de nuevo. Este desenlace validó la perspectiva de mi padre: la clave para detener el acoso no residía en evitar al acosador, sino en defenderme y negarle la posición de superioridad. El acoso prosperó en mi sumisión; al desafiar violentamente esa percepción, demostré que mi "decisión" era la de no mirar hacia arriba, rompiendo el ciclo y obligándolo a mirarme, al menos metafóricamente, "hacia arriba". Ver La sabiduría secreta de Maquiavelo
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