Descubre cómo una mujer convirtió una traición en éxito inmobiliario con una estrategia de ética implacable. ¡Un relato viral de astucia pura!
Le pagué a la amante de mi marido para que no le dejara; así me aseguraba de que él me siguiera enviando dinero.
Todo empezó hace unos tres años. Mi marido se marchó a Estados Unidos con la típica promesa: "Voy a trabajar duro, te envío dinero y en dos años vuelvo para comprarnos nuestra casa". Yo me quedé aquí con los críos, aguantando el tirón como una esposa ejemplar.
Al principio, las cosas iban sobre ruedas. Las remesas llegaban puntuales cada mes. Sin embargo, empecé a notar cosas raras. Me llamaba menos y siempre con excusas: "Estoy reventado", "He hecho doble turno", "Aquí no hay cobertura". Mentiras, puras mentiras.
Un día, una prima que vive por allí me mandó unas fotos. Mi marido en un restaurante, de la mano con una mujer. Se me cayó el mundo encima. Pero yo no soy tonta. Conseguí su número por Facebook, me hice pasar por otra persona y lo confirmé todo: llevaban casi un año juntos. El caradura le había dicho que se estaba separando de mí, que yo era prácticamente su ex. ¡Qué desfachatez!
Ahí fue cuando se me encendió la bombilla. En vez de montar un escándalo —lo que habría provocado que él dejara de enviarme dinero o que se quedara definitivamente con ella—, hice algo mucho mejor. Contacté con ella directamente. Le dije la verdad: que yo era la mujer, que teníamos dos hijos y que jamás se separaría de mí porque toda su familia estaba de mi parte.
Pero aquí viene lo bueno: le propuse un trato.
"Mira", le dije, "él te está usando igual que a mí. Pero si tú lo mantienes contento allí, él seguirá mandándome dinero aquí. Yo necesito ese capital para terminar de construir mi casa. Tú necesitas su atención y sus regalitos. ¿Qué te parece si te pago un diez por ciento de lo que él me mande cada mes? Tú lo tienes entretenido, él sigue trabajando como un burro y todas ganamos".
Al principio pensé que me mandaría a paseo. Pero la tía resultó ser más práctica de lo que imaginaba. "¿Un diez por ciento?", me preguntó. "¿Y qué gano yo si ya me da cosas?". "Cariño", le contesté, "tú sabes que tarde o temprano se cansará o aparecerá otra. Esto es dinero seguro. Además, si nos peleamos tú y yo, perdemos las dos. Si trabajamos juntas, nos llevamos el botín".
Creo que le caí bien, o igual le hizo gracia mi descaro. El caso es que aceptó.
Así que ahí estaba yo, esperando cada mes la transferencia de mi marido. Llegaban los 1.500 dólares religiosamente. Yo usaba 1.350 para los materiales de la casa y los gastos, y le transfería 150 a ella. Un diez por ciento redondo.
Ella, encantada de la vida, lo tenía distraído. Lo mimaba, le cocinaba, se iban de paseo... Mi marido hacía turnos extra convencido de que mantenía a su "familia" (yo y los niños) y a su "amor" (ella). Lo que no sabía era que su "amor" trabajaba para mí.
Así estuve dos años. Dos años en los que terminé mi casa de arriba abajo: tres habitaciones, dos baños, cocina moderna y hasta un patiecito con barbacoa. Todo pagado con el sudor de mi marido infiel y la ayuda involuntaria de su amante.
Cuando por fin terminé la obra, le escribí a ella: "Misión cumplida. Mil gracias por tu colaboración". Y le mandé una foto del casoplón. Se rió y me contestó: "Has estado brillante. Suerte con todo".
Justo después, le envié a él las fotos con su amante y una nota al dorso: "Nuestro matrimonio se ha acabado, ni se te ocurra volver".
¿Y sabéis qué fue lo mejor? Que la amante también le dejó y se quedó compuesto y sin novia. Él quedó como un idiota: perdió a su familia, perdió la casa que creía estar construyendo y hasta perdió el respeto de su amante.
Yo me quedé con mi casa, mis hijos y la mejor historia para contar en las cenas de Navidad. La gente me pregunta si no me da vergüenza. ¿Vergüenza de qué? ¿De ser más lista que un hombre que creía que podía tenerlo todo sin consecuencias? Ni hablar.
A veces las mujeres tenemos que ser creativas. Y yo lo fui: convertí una traición en una inversión inmobiliaria. Una de cal y otra de arena, ¿no? Ver Las 20 leyes de la astucia
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