Desde que tengo memoria, siempre quise ser un corrupto. Los admiraba, eran mi ejemplo a seguir. El mundo pertenecía a los corruptos, no tenía ninguna duda. Y yo quería ser parte de este grupo de personas, quería vivir bien, vivir sin esfuerzo. ¿Para qué trabajar, si otros ya lo hacían para mí? La gente vulgar disimula su fracaso tras códigos éticos, moralinas, religiones y otras pamplinas. Eso son tonterías, simplemente no se atreven a dar el paso, un simple paso. Porque para ser totalmente corrupto hay que valer y tener ganas de serlo. Y digo totalmente corrupto, porque la chusma también es corrupta, pero no se atreven a serlo hasta sus últimas consecuencias. Quedarse a medias se paga, se paga con una vida gris y aburrida. Yo no quería eso, ser corrupto me ha otorgado un gran poder. No sólo dinero, no. Es más que eso, es la sensación de poder, la sensación de que puedes comprar y doblegar cualquier voluntad. Es algo divino… o demoniaco. Allá cada cual si cree en dioses o demo