(Sabía que no debía hacerlo). Cuando llegué a casa, mi esposo parecía emocionado de verme y exclamó encantado: "Querida, tengo una sorpresa para la cena de esta noche." Luego me vendó los ojos y me llevó a mi silla en la mesa del comedor. Me senté y justo cuando estaba a punto de quitarme la venda, sonó el teléfono. Me hizo prometer que no me quitaría la venda hasta que regresara y fue a contestar la llamada. Las judías (frijoles) que había comido todavía me estaban afectando y la presión se estaba volviendo insoportable, así que mientras mi esposo estaba fuera de la habitación, aproveché la oportunidad, cambié el peso a una pierna y me dejé ir. No solo fue ruidoso, sino que olía como un camión de fertilizante pasando por encima de una mofeta frente a un basurero. Tomé la servilleta de mi regazo y abaniqué el aire a mi alrededor vigorosamente. Luego, cambiando a la otra pierna, solté tres más. El hedor era peor que el de la col cocida. Manteniendo los oídos atentos a la conv...