A la edad de catorce años, Wang Jua completaba su instrucción en el monasterio del Monte de la Fuente del Dragón, conocido entonces como un lugar embrujado. A pesar de ello, unos jovencitos de familias acomodadas hacían alarde de bravura y desplante. Se mostraron incrédulos de esa fama de embrujamiento, y despreciando las advertencias de los monjes, de quienes siempre se mofaban, fueron a instalarse en el monasterio.
Al cabo de algunos días se produjeron algunos revuelos demoníacos, que causaron gran impresión en esa juventud dorada. El suceso, intencionalmente exagerado por los monjes, metió miedo a aquellos que pretendían pasar por valientes. Escaparon con ansiedad poco gloriosa. Sólo Wang Jua, el futuro gran dignatario, permaneció dueño de sí mismo. Prolongó su permanencia, sin alterar en nada sus costumbres cotidianas, y volvió a reinar la calma en el monasterio. Los monjes, sorprendidos, resolvieron organizar la aparición de fantasmas para aterrorizar al incrédulo. Todas las noches ululaban en los techos, arrojaban tejas y piedras en el patio, sacudían la cama del huésped solitario, o golpeaban insolentemente puertas y ventanas en los tiempos de tormentas.
Maleficios simulados |
Durante todas esas maniobras, el adolescente perseguido por los demonios permanecía imperturbable, leyendo tranquilamente a la luz del candil. Los monjes, fatigados y absortos; llegaron a admirado. Multiplicaron sus tentativas de intimidación, pero todo fue en vano.
Transcurrió más de un mes. Los monjes, finalmente vencidos por la extraordinaria sangre fría del joven, decidieron enfrentado personalmente.
- Mucha gente ha sido víctima de manifestaciones de poderes sobrenaturales - le dijeron al adolescente-. ¡Usted es el único que no tiene miedo!
- ¿Miedo de qué? - preguntó el joven Wang.
- ¿Qué le pasa? ¿Acaso no percibió nada después de la partida de sus compañeros?
- ¿Si percibí? ¿Qué cosa?
- Esos seres ultraterrenales ofendidos y con razón, no perdieron la oportunidad de aparecer bajo formas horribles para mostrar sus poderes y tener ellos la última palabra. Nos resulta increíble que usted no los haya visto ni oído.
- En verdad - concedió Wang con una sonrisa - sólo he visto a algunos monjes aplicados en crear un alboroto para simular cosas del diablo. Creyéndose desenmascarados, los monjes se turbaron.
- ¿No serán nuestros antepasados difuntos que han embrujado el monasterio? - insistieron esos torpes bromistas.
- ¡De ningún modo! - replicó el futuro gran señor, sin dejar de sonreír -. Es evidente de que se trata de vuestros colegas, que lo hacen a mil maravillas.
- Son suposiciones de su parte - porfiaron los monjes, cada vez más confundidos -. ¿Acaso usted no vio a los fantasmas con sus propios ojos?
- Lo que no impide que sean ustedes, y nadie más, los autores de tanto alboroto. Pues en caso contrario, ¿cómo tendrían la seguridad absoluta de esas visiones que, según ustedes, habría yo tenido que presenciar?
Los monjes se vieron entonces forzados a reconocer la simulación. Le pidieron perdón con una risita en falsete.
-Nuestra sola intención fue probado - le explicaron -. Pero usted es un hombre superior. Cierto que tendrá Ud. un brillante porvenir.
Anécdotas de Yung Tung, por Chu Kuo-Cheng, dinastía Ming
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A otro ratón con ese queso.
ResponderEliminarUn saludo.
Nunca se sabe qué bromista se ha llevado tu queso.
EliminarSaludos
Para ser valiente hay que tener miedo, sin embargo...
ResponderEliminarSaludos Carolus. Una reflexión interesante
No tener miedo es ser temerario, receta segura para el desastre. Tener miedo y superarlo es ser valiente.
EliminarSaludos, Manuel
Siempre creemos lo que queremos creer, aunque sea increible. A veces es muy cómodo echarle la culpa a los fantasmas, o al profe que me tiene manía, o a los mercados, o a la crisis... etc. etc.
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