En un rincón del bosque, donde los animales se reunían a contar historias y compartir trucos, vivían un mono astuto y un GATO INGENUO.
El mono, siempre en busca de la manera más fácil de obtener lo que quería, había puesto sus ojos en unas deliciosas castañas que alguien había dejado asándose en la fogata de unos leñadores.
El problema era que las castañas estaban aún sobre las brasas y, claro, el mono no tenía intención de quemarse las manos. Fue entonces cuando ideó un plan maestro. Se acercó AL GATO con una sonrisa de complicidad y le dijo:
— AMIGO GATO, tú que eres tan hábil con las patas, ¿por qué no sacas esas castañas del fuego? Estoy seguro de que lo harás mejor que nadie.
EL GATO, halagado y con el ego inflado, cayó en la trampa. Con gran cuidado, empezó a sacar las castañas con sus patas, sufriendo pequeñas quemaduras en el proceso. Mientras tanto, el mono, con la velocidad de un rayo, se las comía una tras otra.
Cuando EL GATO terminó su arduo trabajo y fue a tomar una castaña para sí mismo, descubrió con horror que no quedaba ninguna.
— ¡Oye! ¡Me quemé las patas por nada! —reclamó EL GATO, mirando sus almohadillas chamuscadas.
El mono, ya con el estómago lleno y una sonrisa traviesa, simplemente encogió los hombros y desapareció entre los árboles, dejando AL GATO con la lección más amarga que una castaña quemada: "NO SEAS LA HERRAMIENTA DE OTRO".
Desde aquel día, EL GATO aprendió a no dejarse manipular por adulaciones y a pensar bien antes de actuar… aunque dicen que, POR ESO, HASTA EL DÍA DE HOY DESCONFÍA DE CUALQUIERA QUE LO HALAGUE DEMASIADO.
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Ésta historia es muy similar a lo que pasa en el Ecuador, un gobierno que vive del trabajo del pueblo
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