¡Cruel astucia! Un barbero depredador lucra con el dolor, perpetuando la herida por carne. Impactante lección sobre la manipulación interesada.
Mientras trabajaba con diligencia en su puesto, una pequeña y afilada astilla de hueso saltó de la carne y se incrustó en el ojo del carnicero, provocándole un dolor agudo e insoportable. En aquella época, sin la ayuda de médicos profesionales, el carnicero, desesperado, acudió a la única figura de ayuda médica local: el barbero.
El barbero, un hombre curtido, lo recibió con una calma tranquilizadora. "No hay por qué alarmarse," sentenció. "Es una cosa sencilla. Solo requiere una limpieza, un vendaje y un poco de ungüento especial para la inflamación." Tras vendar el ojo del carnicero, le dio una guía clara y calculada: "deberás volver cada día. Así podremos limpiar la herida y continuar con el tratamiento".
Al día siguiente, el carnicero regresó, llevando consigo un pago generoso y directo: un kilo de carne fresca y un kilo de hígado, el precio por la continuidad del tratamiento. Este lucrativo intercambio se convirtió en una rutina: el carnicero, impulsado por el dolor, venía con la carne, y el barbero, con gran prudencia (malintencionada), aplicaba ungüentos y limpiaba el ojo... Sin tan siquiera intentar extraer la astilla de hueso. El dolor se mantenía, y con él, el flujo de carne.
Un día, el carnicero, con el ojo vendado y la carne en mano, encontró al hijo del barbero a cargo. Viendo la juventud del muchacho, preguntó con curiosidad: "¿tu padre te ha enseñado el oficio de barbero y el arte de la medicina?".
"Así es," respondió el joven con una seguridad digna de su estirpe.
El carnicero le mostró el ojo. "Mírame bien, hijo. Un trozo de hueso se ha metido y me está volviendo loco."
El joven examinó el ojo y, con una confianza instintiva, declaró: "simple. Lo quitaré de inmediato." En apenas unos instantes, retiró la diminuta astilla, limpió la zona y el carnicero sintió, por fin, un alivio completo e instantáneo. La agonía había terminado.
Esa noche, el barbero regresó a casa y preguntó a su hijo sobre su jornada. El joven, orgulloso, relató: "un carnicero vino quejándose del dolor en el ojo. Lo examiné y le quité un pequeño trozo de hueso que tenía incrustado."
Al escuchar esto, el padre se enfureció. El hijo, sorprendido por la inesperada reacción, preguntó: "¿por qué te enojas? ¡Lo ayudé y lo salvé de su dolor!".
El barbero suspiró con profunda resignación y amargura: "hijo mío, ese carnicero nos traía carne e hígado todos los días a cambio de su tratamiento. Yo le trataba el ojo sin quitar el hueso. Ahora que está curado, no volverá jamás... ¡nos has privado de carne y de un cliente esencial!".
Lección de astucia maestra: hay quienes deliberadamente perpetúan un problema, un dolor o una dependencia, incluso sabiendo la solución simple, con el único fin de seguir beneficiándose personalmente de tu sufrimiento o necesidad. No subestimes la astucia de quienes hacen de tu dolor su negocio. Ver Las 20 leyes de la astucia
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