Un taxista en Berlín llevaba de pasajera a una monja. Mientras conducían, el taxista no podía dejar de mirarla. Ella le preguntó: — ¿Por qué sigues mirándome? El taxista respondió: — Quiero preguntarte algo, pero no quiero ofenderte. La monja sonrió y dijo: — Querido, no puedes insultarme. He pasado por muchas cosas en mi vida. He tenido la oportunidad de ver y escuchar casi todo, no hay nada que puedas decir o preguntar que me ofenda. El taxista recobró el coraje y, tras unos segundos de silencio, confesó: — Bueno… siempre he soñado con besar a una monja. La monja lo miró fijamente y, tras un momento de reflexión, respondió: — Bueno, me gustaría cumplir tu sueño, pero primero debes estar soltero y ser católico. El taxista, emocionado, dijo: — ¡Sí, lo estoy! Nunca me he casado y soy un católico devoto. La monja asintió con una sonrisa y dijo: — Muy bien, entonces detente en la próxima esquina. El taxista obedeció de inmediato. Se detuvo en una calle apartada, y la monja se inclinó...
Eso quieren algunos, que nos quedemos quietos para hincarnos mejor el diente.
ResponderEliminarUn saludo.
Ya se sabe: camarón que se para, se lo lleva la corriente...
EliminarSaludos, Cayetano
Es más fácil hincar el diente cuando se está parado que corriendo, aunque habrá algunos que aún corriendo lo hinca...
ResponderEliminarSaludos
Un blanco móvil mas es difícil de acertar que uno fijo. Pero siempre hay buenos tiradores...
EliminarSaludos, Manuel