La familia Norton no solo ostentaba el mérito de ser una de las más ricas de Londres, sino que también mantenía estrechos vínculos con la familia real y contaba con conexiones influyentes en la política y las grandes empresas.
Su fortuna provenía principalmente de la explotación de diversas industrias textiles repartidas por todo el país, lo que les permitió enriquecerse desproporcionadamente a costa de los trabajadores pobres, quienes laboraban incansablemente por salarios casi inexistentes.
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Todo marchaba bien hasta que un miembro de la familia fue acusado de un terrible crimen, lo que manchó irremediablemente su nombre. Corría el año 1886 cuando, en el sótano de una de las fábricas textiles de los Norton, fue hallado el cuerpo sin vida de un niño de 9 años, uno de los muchos menores explotados como empleados de la fábrica. La familia intentó contener el escándalo, pero los periódicos de la época señalaron directamente al propietario, Roy W. Norton, como responsable del atroz asesinato.
Varios testimonios de campesinos apuntaban a una conducta inapropiada por parte de Roy W. Norton, quien había mostrado repetidamente comportamientos ambiguos hacia los hijos de estos trabajadores. Muchos sospechaban que mantenía relaciones incestuosas con niños de su propia familia, por quienes no disimulaba un apego mórbido. Este incidente fue solo el principio, ya que a partir de entonces, numerosas rarezas y oscuros secretos de la familia comenzaron a salir a la luz y ocupar los titulares de los periódicos.
Uno de los detalles que se hizo público fue que los Norton tenían una predisposición genética a contraer la enfermedad de Lyme. En aquel entonces, esta enfermedad, además de ser poco conocida, no tenía cura. Sus síntomas progresaban en diferentes etapas, desde simples erupciones en la piel y parálisis facial hasta hinchazón severa, cambios de humor, inestabilidad conductual y deformidades físicas.
Entre 1865 y 1896, al menos seis miembros de la familia Norton se suicidaron en circunstancias misteriosas y extravagantes. Uno de los casos más recordados en las crónicas de la época fue el de una tía anciana que afirmaba estar poseída por entidades malignas que habían entrado en su cabeza a través de los oídos. Este suceso causó un gran revuelo en el "respetable" Londres, especialmente cuando la mujer salió a la calle en bata, gritando que sentía insectos dentro de su cabeza, y se quitó la vida apuñalándose en la sien con unas tijeras.
A raíz de estos eventos, la familia se sumió en un silencio absoluto con la prensa, pero eso no detuvo la curiosidad del público. Numerosos fotógrafos y periodistas se infiltraban en sus propiedades para captar momentos comprometidos que pudieran desprestigiarlos ante la sociedad. La situación empeoró debido a que muchos de los Norton, afectados por la enfermedad en sus fases avanzadas, cubrían sus deformidades faciales con máscaras, lo que alimentó las sospechas de que la familia participaba en prácticas ocultas. Este comportamiento llevó a que algunos periodistas insinuaran que la familia formaba parte de una secta satánica y que en sus residencias se llevaban a cabo extraños rituales.
Los rumores se intensificaron cuando se informó que oficiales vestidos de civil descubrieron a miembros de la familia realizando un ritual oculto en una de sus propiedades en la campiña londinense. Cuando la noticia llegó a la ciudad, la opinión pública destrozó a la familia Norton, acusándolos de satanismo, magia negra y de estar implicados en las muertes inexplicables de sus empleados. A partir de entonces, los Norton fueron apodados "la familia del diablo" y expulsados de la corte, así como de toda la vida aristocrática en Inglaterra.
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