Había una vez dos hermanos, Tomás y Javier. Vivían uno al frente del otro en dos casas de una hermosa campiña.
Por problemas pequeños, que al acumularse sin resolverse se fueron haciendo grandes con el tiempo, los hermanos dejaron de hablarse. Incluso evitaban cruzarse en el camino.
El puente |
-¿Ve usted esa madera que está cerca de aquel riachuelo? Pues la he cortado ayer. Mi hermano Javier vive en frente y, a causa de nuestra enemistad, desvió ese arroyo para separarnos definitivamente. Así que yo no quiero ver más su casa. Le dejo el encargo de hacerme una cerca muy alta que me evite la vista de la casa de mi hermano.
Tomás se fue al pueblo y no regresó sino hasta bien entrada la noche.
Cuál no sería su sorpresa al llegar a su casa, cuando, en vez de una cerca, encontró que el carpintero había construído un hermoso puente que unía las dos partes de la campiña.
Sin poder hablar, de pronto vio en frente suyo a su hermano, que en ese momento estaba atravesando el puente con una sonrisa:
- Tomás, hermano mío, no puedo creer que hayas construído este puente, habiendo sido yo el que te ofendió. Vengo a pedirte perdón. Los dos hermanos se abrazaron.
Cuando Tomás se dio cuenta de que el carpintero se alejaba, le dijo:
- Buen hombre, ¿cuánto te debo? ¿Por qué no te quedas?
- No, gracias —contestó el carpintero—. ¡Tengo muchos puentes que construir!
Parece el milagro de la Navidad, como el anuncio de la lotería.
ResponderEliminarSeguro que el que hizo el puente era un "ángel" bueno.
Un saludo, Carlos.
Tal vez me esté impregnando del espíritu navideños. O, por todos los dioses, del de las Saturnales...
EliminarUn saludo, Cayetano.
Siempre es falta de comunicación...Aunque le echamos la culpa a otros...
ResponderEliminarSaludos Carlos
Puede ser una de las causas, pero a veces los rencores tienen otras raíces.
EliminarSaludos, Manuel