Había una vez en un bosque frondoso un joven zorro llamado Zacarías. Era conocido por su agilidad y astucia, pero a menudo se quejaba de su mala suerte.
A pesar de sus habilidades, siempre parecía estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Un día, mientras Zacarías vagaba por el bosque murmurando sobre su infortunio, se encontró con una vieja tortuga llamada Timoteo. Timoteo había vivido muchos años y era respetado por su sabiduría.
—¿Qué te aflige, joven Zacarías? —preguntó Timoteo.
—¡Oh, Timoteo! —exclamó Zacarías—. A pesar de todos mis esfuerzos, la suerte nunca parece estar de mi lado. Siempre estoy buscando comida, pero rara vez encuentro algo. Otros animales tienen más suerte que yo.
Timoteo sonrió con comprensión y dijo:
—La suerte es un concepto curioso, amigo mío. A veces, parece que favorece a unos y no a otros. Pero déjame contarte algo que he aprendido en mis años de vida: cuanto más me esfuerzo, más suerte tengo.
Zacarías frunció el ceño, incrédulo.
—¿Cómo puede ser eso cierto? —preguntó—. La suerte es algo que viene sin más.
—Déjame mostrarte —dijo Timoteo—. Ven conmigo.
Durante los días siguientes, Zacarías siguió a Timoteo. Observó cómo la tortuga, a pesar de su lentitud, dedicaba tiempo y esfuerzo a buscar alimento, construía un refugio seguro y ayudaba a otros animales del bosque. Timoteo se levantaba temprano cada mañana y trabajaba con constancia y paciencia.
Al principio, Zacarías no veía cómo este esfuerzo podría atraer la suerte. Pero poco a poco, comenzó a notar cambios. Timoteo siempre encontraba alimento suficiente, su refugio era el más seguro y muchos animales venían a pedirle consejo, recompensándolo con generosidad.
Intrigado, Zacarías decidió seguir el ejemplo de Timoteo. Empezó a esforzarse más, no solo en buscar comida, sino en ayudar a otros animales y en mejorar su propio refugio. Con el tiempo, Zacarías empezó a notar que sus esfuerzos daban frutos. Encontraba comida más fácilmente, su refugio era más seguro y otros animales comenzaban a verlo con admiración y respeto.
Un día, mientras Zacarías disfrutaba de una comida abundante que había encontrado, se dio cuenta de algo sorprendente.
—¡Qué extraño! —exclamó—. Cuanto más me esfuerzo, más suerte tengo.
Timoteo, que estaba cerca, sonrió satisfecho.
—No es extraño, joven Zacarías. La suerte no es solo una cuestión de azar. Es la recompensa del esfuerzo y la perseverancia. Recuerda siempre, la verdadera suerte está en tus manos.
Desde aquel día, Zacarías nunca más se quejó de su suerte y continuó esforzándose, sabiendo que su éxito dependía en gran medida de su propio trabajo y dedicación.
Y así, en el corazón del bosque, el zorro y la tortuga vivieron felices, compartiendo la sabiduría de que la suerte favorece a los que se esfuerzan.
Te invito cordialmente a compartir esto con todos tus amigos. Tu apoyo significa mucho. ¡Gracias de antemano!
Comentarios
Publicar un comentario