La judía colaboracionista con los nazis

Stella Goldschlag, nacida en Alemania en 1922, se convirtió en una figura tristemente célebre durante el Holocausto.

Su historia es un relato complejo y perturbador de supervivencia, traición y las profundidades a las que puede llegar la desesperación humana.

En el contexto de la persecución nazi, Stella, de origen judío, tomó una decisión que la marcaría para siempre: colaboró con la Gestapo en la caza de judíos que se escondían en Berlín. Esta colaboración le valió el infame apodo de "Greifer" (el garfio). Se estima que fue responsable de la captura de entre 600 y 3.000 personas, una cifra que refleja la magnitud de su participación en la maquinaria de opresión nazi.

Después de la guerra, Stella enfrentó las consecuencias de sus actos. Fue condenada a 10 años de prisión en la Unión Soviética y, tras su regreso a Alemania, recibió otra sentencia de 10 años, aunque esta última no la cumplió.

Las motivaciones de Stella han sido objeto de debate y especulación. Algunos argumentan que actuó impulsada por el instinto de supervivencia, tratando de salvar su propia vida y la de sus padres. Sin embargo, la realidad es más compleja. Continuó su colaboración incluso después de que sus padres y su esposo fueran deportados, lo que sugiere que sus motivaciones iban más allá de la mera supervivencia.

Su vida posterior estuvo marcada por la controversia. Se casó cuatro veces, se convirtió al catolicismo y, según algunos relatos, se convirtió en una antisemita virulenta. Su trágico final llegó en 1994, cuando se suicidó saltando desde la ventana de su apartamento en Berlín.

La historia de Stella Goldschlag es un recordatorio sombrío de las decisiones imposibles que algunas personas se vieron obligadas a tomar durante el Holocausto. Su legado plantea preguntas difíciles sobre la moralidad, la supervivencia y las consecuencias de la colaboración en tiempos de opresión extrema.

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