Un doctor jubilado derrota a un joven astuto con ingenio y experiencia pura. Descubre la lección sobre el valor de la sabiduría en la vida.
Un día de verano, un doctor jubilado decidió
colgar un cartel en la puerta de su casa que capturó la atención de todos.
Decía en letras grandes y audaces:
"Curo cualquier enfermedad por 200
pesos. Si no te curo, te devuelvo los 200... y además te doy 500 más."
Un joven astuto que pasaba por ahí leyó el anuncio y, riéndose para sí mismo, pensó con arrogancia: "Este viejo debe estar loco. ¡Seguro ya ni sabe lo que hace! Le voy a sacar los 500 pesos fácilmente." Con esa idea codiciosa en mente, al día siguiente fue a visitarlo, decidido a iniciar su plan.
La primera trampa: el gusto perdido
Llamó a la puerta, y cuando el doctor abrió,
el joven fingió una preocupación extrema: "Doctor, he perdido el gusto. No
puedo saborear absolutamente nada. Estoy desesperado." El doctor, con la
seriedad de quien ha visto mil casos similares, respondió:
"Entiendo."
Inmediatamente, llamó a su asistente:
"¡Enfermera! Tráigame la medicina de la caja número 20." La mujer
apareció rápidamente con un pequeño frasco. El doctor le dio un sorbo al joven,
quien apenas lo probó y puso una mueca de asco mientras gritaba: "¡Esto
sabe horrible!" El doctor sonrió con total tranquilidad y replicó:
"¡Felicidades, joven! Has recuperado el sentido del gusto. Son 200 pesos,
por favor." El joven, furioso pero sin opción, tuvo que pagar los 200
pesos.
La segunda trampa: el recuerdo
instantáneo
El joven, sin darse por vencido, estaba
decidido a ganarle al anciano. Al día siguiente, regresó con un nuevo plan,
fingiendo aún mayor desesperación. Al abrirse la puerta, exclamó: "Doctor,
ahora he perdido la memoria. No recuerdo absolutamente nada. ¡Estoy
desesperado!"
El doctor, sin inmutarse, ordenó con calma:
"¡Enfermera! Tráigame la medicina de la caja número 20." Al escuchar
eso, el joven reaccionó de inmediato y gritó: "¡Noooo! ¡Esa medicina sabe
horrible!" El doctor, sonriendo con picardía, dijo: "¡Perfecto! Has
recuperado la memoria. Son otros 200 pesos, por favor." Mordiéndose la
lengua de rabia, el joven pagó nuevamente, pero juró que no sería vencido una tercera
vez.
La tercera trampa: el truco de la
ceguera
Pasaron unos días, y el joven, más resuelto que nunca, volvió. Esta vez, fingiendo la mayor gravedad, declaró: "Doctor, ahora sí. ¡Estoy ciego! ¡No veo absolutamente nada! Necesito su ayuda urgentemente." El doctor, con expresión seria y voz pausada, respondió: "Qué situación tan lamentable. Déjame ver qué puedo hacer..."
Rebuscó en su escritorio, sacó unos billetes
y se los entregó al joven: "Lo siento mucho. Esta vez no puedo curarte.
Aquí tienes tus 500 pesos como prometí." El joven, confiado, tomó los
billetes. Pero al mirarlos, frunció el ceño con rabia y gritó: "¡Oiga!
¡Estos no son 500 pesos! ¡Usted me dio billetes de 10!" El doctor soltó
una leve carcajada y, con calma, dijo: "¡Excelente, muchacho! Has
recuperado la vista. Son 200 pesos, por favor."
El joven, completamente derrotado, tuvo que
pagar una vez más.
Esta historia es un recordatorio de que no
siempre la juventud puede vencer con astucia impulsiva o fuerza bruta. La
verdadera ventaja en la vida está en la experiencia, en los años vividos y en
las lecciones que solo el tiempo puede enseñar. Quien ha recorrido el camino
antes que tú, no solo conoce los atajos y los peligros, sino también las
trampas que uno mismo puede tenderse. Nunca subestimes la sabiduría de quien ya
ha vivido más que tú. La juventud posee energía, pero la experiencia siempre
tendrá la ventaja estratégica.
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