Aunque las guerras sigan siendo un negocio improductivo, esto no nos da una garantía absoluta de paz. Jamás debemos subestimar la estupidez humana.
En 1939, la guerra era probablemente un paso contraproducente para las potencias del Eje, pero eso no salvó al mundo. Una de las cosas sorprendentes de la Segunda Guerra Mundial es que tras la contienda las potencias derrotadas prosperaron como nunca lo habían hecho. Veinte años después de la aniquilación completa de sus ejércitos y del hundimiento absoluto de sus imperios, alemanes, italianos y japoneses gozaban de niveles de riqueza sin precedentes.
El desfile de la locura |
Así pues, ¿por qué fueron a la guerra, para empezar? ¿Por qué infligieron una muerte y una destrucción innecesarias a innumerables millones de personas? Todo se debió a un estúpido error de cálculo. En la década de 1930, generales, almirantes, economistas y periodistas japoneses estaban de acuerdo en que, sin el control de Corea, Manchuria y la costa de China, Japón estaba condenado al estancamiento económico. Todos se equivocaron. De hecho, el famoso milagro económico japonés no se inició hasta que Japón perdió todas sus conquistas en el continente.
La estupidez humana es una de las fuerzas más importantes de la historia, pero a veces tendemos a pasarla por alto. Políticos, generales y estudiosos ven el mundo como una gran partida de ajedrez, en la que cada movimiento obedece a meticulosos cálculos racionales. Esto es correcto hasta cierto punto. Pocos dirigentes en la historia han estado locos en el sentido estricto del término, y se han puesto a mover peones y caballos aleatoriamente. El general Tojo, Sadam Husein y Kim Jong-il tenían razones racionales para cada paso que dieron. El problema es que el mundo es mucho más complejo que un tablero de ajedrez, y la racionalidad humana no está a la altura del desafío de entenderlo realmente. De ahí que incluso los líderes racionales terminen con frecuencia haciendo cosas muy estúpidas.
Así, ¿cuánto hemos de temer una guerra mundial?
Es mejor evitar dos extremos. Por un lado, y definitivamente, la guerra sin duda no es inevitable. El final pacífico de la Guerra Fría demuestra que cuando los humanos toman las decisiones adecuadas, incluso los conflictos entre las superpotencias pueden resolverse por la vía pacífica. Además, es muy peligroso suponer que una nueva guerra mundial sea inevitable. Sería una profecía que se cumple. Una vez que los países asumen que la guerra es inevitable, refuerzan sus ejércitos, se embarcan en una espiral de carreras armamentistas, rehúsan comprometerse en cualquier conflicto y sospechan que los gestos de buena voluntad son solo trampas. Esto garantiza el estallido de la guerra.
Por otro lado, sería ingenuo suponer que la guerra es imposible. Incluso si es catastrófica para todos, no hay dios ni ley de la naturaleza que nos proteja de la estupidez humana.
Un remedio potencial para la estupidez humana es una dosis de humildad. Las tensiones nacionales, religiosas y culturales empeoran por el sentimiento grandioso de que mi nación, mi religión y mi cultura son las más importantes del mundo; de ahí que mis intereses se hallen por encima de los intereses de cualquier otro, o de la humanidad en su conjunto. ¿Cómo podemos hacer que las naciones, las religiones y las culturas sean un poco más realistas y modestas respecto a su verdadero lugar en el mundo?
Del libro 21 LECCIONES PARA ELSIGLO XXI, de Yuval Noah Harari (puedes echar un vistazo)
Sensatez y mesura. Cuando faltan se lía buena.
ResponderEliminarUn saludo.
Se me hace raro que no se haya liado aun, no sé por donde andan la sensatez y la mesura. O a lo mejor hay mas de la que nos cuentan...
EliminarUn saludo.
Sentido común amigo... Nos falta y mucho...
ResponderEliminarSaludos Carlos
Más que sentido común (del que no me fio mucho), lo que falta es sensatez. Estamos rodeados de insensatos.
EliminarSaludos, Manuel.