Todos los días, el maestro Zhang nos hacía subir corriendo los cientos de escalones del Monte Wu Dang inmediatamente después de la salida del sol. Mientras, él esperaba sentado en una piedra en la cima, justo en la entrada del monasterio donde el resto del día pasaríamos entrenando y meditando los secretos del arte Taoísta. La visión de su silueta nos alegraba, más por saber que ya se acercaba el final del recorrido que por el respeto que le debíamos. El ego pesa demasiado para cargarlo y soportarlo Cierto día, antes de regresar a casa, me quise esforzar para llegar el primero, pero, al verme, dijo: - ¡Subes muy pesado! Baja y haz de nuevo el recorrido más ligero – Sin poder creer lo que me estaba pidiendo, sin embargo me di la vuelta y descendí hasta el valle para comenzar otra vez el ascenso. Con el alma a cuestas, jadeando, llegué por segunda vez donde se encontraba. – ¡Mucho mejor! – dijo sonriendo – Pero baja de nuevo porque sigues muy pesado –