Johan trabajaba en una planta distribuidora de carne, donde las jornadas eran frías, largas, y rutinarias. Cada día, rodeado del persistente zumbido de las máquinas y el aire helado, cumplía con su labor sin mayores sobresaltos. Aquella tarde, todo parecía normal. Su turno estaba por terminar, y como de costumbre, decidió hacer una última inspección antes de marcharse. Entró a uno de los refrigeradores industriales, un espacio claustrofóbico que siempre lo ponía un poco nervioso, pero al que ya estaba acostumbrado. Ver Lo que nunca te enseñaron Cuando se disponía a revisar los controles, de repente escuchó un sonido seco. La puerta del refrigerador se había cerrado de golpe tras él. Johan reaccionó al instante, corrió hacia la puerta y, con desesperación, intentó abrirla. Pero el seguro se había activado. El frío lo envolvía con cada segundo que pasaba, mucho más intenso de lo que cualquier abrigo podía soportar. Golpeó la puerta con todas sus fuerzas, sus gritos resonaban en el vací