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Las puertas del cielo y el samurai

Un guerrero, un samurái, fue a ver al Maestro Zen Hakuin y le preguntó: "¿Existe el infierno? ¿Existe el cielo? ¿Dónde están las puertas que llevan a ellos? ¿Por dónde puedo entrar?". Era un guerrero sencillo. Los guerreros siempre son sencillos, sin astucia en sus mentes, sin matemáticas. Sólo conocen dos cosas: la vida y la muerte. El no había venido a aprender ninguna doctrina; sólo quería saber dónde estaban las puertas, para poder evitar la del infierno y entrar en el cielo. Hakuin le respondió de una manera que sólo un guerrero podía haber entendido. "¿Quién eres?", le preguntó Hakuin. Las puertas del cielo y el samurai  "Soy un samurái", le respondió el guerrero. En Japón, ser un samurái es algo que da mucho prestigio. Quiere decir que se es un guerrero perfecto, un hombre que no dudaría un segundo en arriesgar su vida. "Soy un samurái, un jefe de samuráis. Hasta el Emperador mismo me respeta", dijo. Hakuin se rió

Qin Shi Huang, el Primer Emperador

Los mundialmente famosos "guerreros de Xi an" son el afortunado testimonio de una de las épocas más convulsas y relevantes de la historia de China, los años en que unos reinos divididos y masacrados por las guerras feudales dejaron paso al primer imperio unificado, germen del nacimiento del mayor país del mundo y de su monumento más memorable, la Gran Muralla. El artífice fue un gobernante con una visión política poco común, Qin Shi Huang, el primer emperador de China.  Qin Shi Huang, el Primer Emperador  "Una palabra vale más que mil piezas de oro." Este aforismo chino era algo más que una metáfora hacia el año 247 a. de C. En la plaza del mercado de Xianyang, capital del Reino de Qin, en el noroeste del país, se exponía, entre puestos de comida y de todo tipo de mercaderías, un enorme libro que compilaba el conocimiento filosófico, político, histórico y científico de la época, los Anales del maestro Lu. Sobre este colgaba un millar de doradas monedas

Carlomagno, el señor de la guerra

Durante el largo reinado de Carlomagno prácticamente no hubo año sin guerras.  Carlomagno, el señor de la guerra La superioridad de sus ejércitos no dependió sólo de su poderoso armamento, sino del genio táctico y estratégico del rey.  El espíritu guerrero del mundo medieval tuvo un nombre que lo representó hasta su máxima gloria: Carlomagno . De aspecto físico imponente (media cerca de 1,90 metros), su pasión por el campo de batalla provenía directamente de su linaje, del cual heredaba no sólo la fidelidad de la aristocracia, sino también las posesiones, dones y cargos. Carlomagno recogió la estela dejada por su abuelo Carlos Martel –vencedor de los musulmanes en Poitiers- y por su padre Pipino, iniciador de los conflictivos contra los lombardos, los daneses, los eslavos y los ávaros. Llegado al poder con 21 o 26 años –-no se sabe con certeza su fecha de nacimiento- el monarca tuvo que ocuparse ordenadamente de estos flancos tan estratégicos: el 774 conquistó el reino