La experiencia de cerrar los ojos por última vez es un enigma que ha capturado la imaginación humana durante siglos.
Aunque la ciencia puede describir los procesos biológicos que ocurren al final de la vida, las experiencias personales y espirituales varían ampliamente entre individuos.
El año pasado, fui sometido a una cirugía a corazón abierto, y días después, mi corazón se detuvo durante 3 minutos y 55 segundos, lo que me llevó a estar en coma durante 8 días. Aunque no vi la luz, el cielo o el infierno, experimenté visiones vívidas y significativas.
Vi a dos personas que nunca había conocido en esta vida, ambas felices de verse. Aunque no hablábamos el mismo idioma, nos entendíamos perfectamente, como viejos amigos que no necesitan palabras para comunicarse. Sentí la presencia reconfortante de perros que había tenido hace mucho tiempo; aunque no los vi, sabía que estaban allí. Las imágenes que vi eran coloridas y detalladas, rostros de personas que no reconocía pero que me transmitían paz. No eran sueños; eran experiencias reales y tangibles.
En ese estado, tuve la opción de no regresar. Sin embargo, el amor por mi esposa me impulsó a volver. Ahora, no tengo miedo de morir. La experiencia fue tranquila y agradable, sin dolor ni sufrimiento. Me dio la certeza de que hay algo más después de esta vida, una sensación de paz y continuidad. Esta experiencia me ha enseñado a valorar la risa, el amor y la honestidad, y a disfrutar de las cosas simples de la vida.
He aprendido que el odio no vale la pena y que el amor por nuestras mascotas es incondicional. La honestidad personal es fundamental para una vida plena, y esta experiencia me ha dado una nueva perspectiva sobre la vida y la muerte, y la certeza de que el amor y la bondad son los verdaderos tesoros que debemos atesorar.
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