Friedrich Nietzsche protagonizó una de las escenas más conmovedoras en la historia de los pensadores occidentales.
Corría el año de 1889 y el filósofo vivía en una casa de la calle de Carlo Alberto, en Turín (Italia). Era de mañana y Nietzsche se dirigía hacia el centro de la ciudad, cuando, de repente, se encontró con una escena que cambió su vida para siempre. Vio a un cochero que golpeaba fuertemente a su caballo porque no quería avanzar. El animal estaba completamente exhausto. No tenía fuerzas. Aún así, su dueño lanzaba el látigo contra él, para que continuara andando, a pesar del cansancio.
Nietzsche se aterró con lo que sucedía. Rápidamente se acercó. Después de recriminarle el comportamiento al cochero, se acercó al caballo que se había desplomado y lo abrazó. Luego se echó a llorar. Los testigos dicen que le musitaba algunas palabras al oído, que nadie escuchó.
Milán Kundera, en “La insoportable levedad del ser”, retoma la escena de Nietzsche abrazando al caballo golpeado y llorando a su lado. Para Kundera, las palabras que Nietzsche le musitó al oído al animal fueron una petición de perdón. A su juicio, lo hizo en nombre de toda la humanidad por el salvajismo con el que el ser humano trata a otros seres vivos. Por habernos convertido en sus enemigos y haberlos puesto a nuestro servicio
Nietzsche nunca se caracterizó por ser un “animalista” o por tener una especial sensibilidad con la naturaleza. Pero, indudablemente el episodio del maltrato le produjo un impacto enorme. Ese caballo fue el último ser con el cual estableció un contacto real y efectivo. Ver Lo que nunca te enseñaron
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