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Las 20 leyes de la astucia

El arte de moverte con inteligencia en un mundo lleno de apariencias ¿Alguna vez te has preguntado por qué algunas personas siempre salen ganando, incluso en las peores situaciones? ¿Te gustaría entender cómo piensan los que realmente mandan… y aprender a jugar con sus mismas cartas? Las 20 leyes de la astucia es el manual definitivo para quienes quieren dejar de ser ingenuos y empezar a moverse con cabeza en la vida . Este libro no es teoría vacía ni frases motivacionales: es estrategia pura, clara y directa. ¡Haz clic aquí para leer una muestra ahora! Te ofrece unas herramientas prácticas para: Entender los juegos ocultos de poder e influenci a. Detectar segundas intenciones y protegerte de ellas. Influir sin imponer, ganarte el respeto sin alzar la voz. Tomar decisiones con inteligencia emocional y visión estratégica. Convertirte en alguien más difícil de manipular , más sólido y respetado. Imagina tener la capacidad de leer entre líneas, anticiparte a los movimientos de los dem...

Buen olfato

Llegó un señor a cierto restorán a la hora de la cena. El mesero, diligente, le ofreció el menú, pero el cliente lo rechazó.

Tomó los cubiertos que había sobre la mesa -cuchara, cuchillo y tenedor-, se los llevó a la nariz y los olfateó por un momento.

Ver ¿Por qué respirar por la nariz?

Luego le dijo al sorprendido camarero: "En la comida sirvieron ustedes consomé de pollo, lomo de cerdo en salsa de manzanas, y de postre arroz con leche. Me gustaría cenar lo mismo".

Buen olfato

El mesero fue a la cocina y le dijo con enojo a la mujer encargada de lavar los platos y cubiertos: "Por tu culpa acabo de pasar una vergüenza grande, Cuca.

Vino un señor, y sólo con oler la cuchara, el cuchillo y el tenedor supo lo que servimos en la comida de hoy. Eso quiere decir que no estás lavando bien los cubiertos".

"Claro que los estoy lavando bien -replicó ella-. Pero en fin, cuestión de lavarlos aún mejor". La noche siguiente llegó otra vez el cliente. El mesero, apurado, le presentó el menú ya abierto, pero igual el señor declinó verlo.

Tomó de nueva cuenta los cubiertos, los olió y dijo luego con acento de seguridad: "En la comida de hoy hubo sopa de poro y papas, albóndigas en salsa de chipotle, y de postre duraznos en almíbar. Quiero eso mismo para mi cena".

Ahí va a la cocina el camarero. "¡Cuca! -le reclamó airadamente a la mujer-. No hiciste caso de lo que te dije. Volvió a venir el señor ése; olió los cubiertos y supo lo que tuvimos en la comida del día, señal de que no estaban bien lavados.

¿Por qué no pones más cuidado?". Dijo ella, molesta: "Recordé lo que me dijiste, y lavé muy bien los cubiertos. Incluso usé dos detergentes. Pero mañana los lavaré aún mejor, por si regresa el cliente".

Al siguiente día, con puntualidad de tren inglés, volvió a llegar el individuo. El mesero materialmente le metió el menú en las narices. Sucedió lo mismo que en las pasadas ocasiones: el señor hizo la carta a un lado, tomó los cubiertos, los olfateó y dijo al punto: "Ahora sirvieron en la comida caldo tlalpeño, costillas de carnero asadas, y de postre jericalla. Tráigame lo mismo".

Hecho una furia el mesero fue a la cocina. "¡Cuca, Cuca! -estalló-. ¡Tú no haces bien tu trabajo, y yo soy el que paso las vergüenzas allá afuera! Por tercera vez vino el señor, y con sólo oler los cubiertos adivinó de nuevo lo que tuvimos de comer. ¡No los estás lavando bien!". Respondió hecha una furia la tal Cuca: "¡Ya me tienen harta tú y el sujeto ése! Yo estoy lavando bien los cubiertos, y no voy a seguir tolerando esta situación.

Mira: si mañana viene otra vez el tal señor, avísame cuando lo veas llegar. Verás lo que le voy a hacer". El mesero se asustó. No quiso ni imaginar lo que Cuca iba a hacer. Al día siguiente, cuando vio por la vidriera que el parroquiano llegaba al restorán, fue apresuradamente a la cocina y le dijo a Cuca: "Ahí viene el señor ése".

La mujer tomó entonces unos cubiertos, y sin cuidarse de la presencia del asustado camarero se los pasó por -digamos- el arco del triunfo. Fue luego a la mesa donde el señor solía sentarse y los puso en ella. El mesero, aturrullado, no supo cómo reaccionar. Entró el cliente y ocupó su sitio.

El camarero, desesperado, le puso el menú frente a los ojos. Fue inútil: una vez más el señor desechó la carta, tomó aquellos cubiertos, y ante el espanto del mesero, que pedía que la tierra se lo tragara, se los llevó a la nariz y los olfateó.

Por un instante se quedó pensando. Los volvió a olfatear, y le preguntó luego al camarero: "Perdone usted: ¿qué aquí trabaja Cuca?".

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