La sabiduría de mantener tu círculo pequeño. Un moralista del S. XVIII revela por qué el falso amigo es más peligroso que el enemigo.
En nuestra sociedad, siempre atareada con las apariencias y el estrépito vano, es frecuente encontrar almas jóvenes que, con una ingenuidad deplorable, se preguntan sobre la auténtica utilidad de las amistades. Una joven, aún inexperta en las artimañas del mundo, acudió a una dame de edad y gran sapiencia para consultar si la vida exigía el tributo de la amistad.
El refugio
contra la crueldad del mundo
A lo cual, la sabia dama respondió sin
ambages: "¡Ah, Mademoiselle! La
vida, por su naturaleza, no es sino una concatenación de pruebas y crueldades. Es una ruta llena de
abrojos. Por tanto, es una necesidad que exista
al menos un alma a nuestro lado; alguien que, libre del vicio del juicio,
nos preste sus hombros para aligerar la carga de las aflicciones. Es la
compañía que celebra nuestras raras fortunas y nos sostiene cuando la
Fortuna nos es adversa."
La
joven, con la cautela propia de quien comienza a observar la escena social,
inquirió entonces sobre el peligro de la hipocresía: "¿Es verdad que un
falso amigo es más nefasto que un enemigo declarado?"
La anatomía
del falso amigo y la hipocresía
La dama suspiró, reconociendo el peligro inherente a la cortesía:
"Es una verdad inmutable. Al enemigo le conocemos, le observamos, y, por prudencia, mantenemos una distancia
infranqueable. Pero el falso amigo es un traidor que se
reviste de afecto. Se gana vuestra confianza con el
único propósito de sondear vuestras vulnerabilidades, vuestros secretos más
preciados y vuestros sueños más frágiles. Una vez que posee el mapa de vuestra
alma, sabe exactamente dónde clavar el puñal de la traición y cómo precipitar vuestra ruina."
En el teatro del mundo, la hipocresía es la moneda de cambio más común, y la amistad es el disfraz más útil para el egoísmo. El falso amigo es, en esencia, un espía voluntario que opera desde dentro de nuestras propias murallas. Ver Las 20 leyes de la astucia
La prudencia
del jardín pequeño
Alarmada por este retrato de la naturaleza
humana, la joven suplicó: "¿Cómo, entonces, puede una preservar su fortaleza y evitar ser rodeada por
tales impostores?"
La anciana hizo una pausa, midiendo sus
palabras con la precisión de un moralista, y luego recurrió a la analogía:
"¿Qué lugar posee más serpientes, escorpiones y alimañas ponzoñosas: un
pequeño jardín cuidadosamente cultivado
o un vasto bosque sin límites?"
"El
bosque, por supuesto," respondió la joven.
"¡Exacto!", sonrió la sabia
dama. "La lección es clara. Al mantener vuestro círculo de amistades reducido —como un jardín pequeño y
bien delimitado—, reducís de manera proporcional el número de serpientes y escorpiones de los que
debéis preocuparos. Cuantas menos personas conozcáis íntimamente, menos ocasiones de afrenta y traición
deberéis afrontar." Ver
La virtud
del discernimiento
La experiencia enseña que la calidad siempre prevalece sobre la cantidad
cuando se trata del afecto verdadero. La ilusión de tener una
vasta cohorte de amigos es propia de la
juventud y de la vanidad. Uno puede tener cientos de conocidos (les gens du monde), aquellos que
solo sirven para llenar un salón o para el intercambio frívolo de cumplidos.
Pero los verdaderos amigos
serán siempre un grupo selecto de personas a las que uno ha puesto a prueba y
en las que ha depositado una confianza
justificada. La mejor forma de evitar la trampa del falso amigo es cultivar el discernimiento. Es una señal de
sabiduría y madurez comprender que la amplitud de nuestro círculo social solo
aumenta el riesgo de toparnos con la perfídia y el
interés egoísta.
La verdadera fortaleza reside, por lo tanto, no en la popularidad, sino en la prudencia de la elección. Mantenga su jardín pequeño, Mademoiselle, y podrá, con suerte, evitar las mordeduras fatales de la serpiente que acecha bajo la hierba. Ver Lo que nunca te enseñaron
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