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La culpa y cómo apaciguarla

Pocas emociones pueden resultar tan tóxicas y destructivas como la culpa. 

Consiste en sentir que uno no ha actuado correctamente o que no ha cumplido con las expectativas que había generado, decepcionado así a otras personas —¡o a uno mismo!—.

Ver Cómo hacer que te pasen cosas buenas

La culpa y cómo apaciguarla
La culpa y cómo apaciguarla
El origen de la culpa puede tener orígenes o causas diversas: el nivel de exigencia —o autoexigencia—, la educación de los padres, los tabús exigidos, el colegio, la relación con los compañeros, temas sexuales mal formados o instruidos en la infancia-adolescencia o interpretaciones incorrectas o extremas de la religión. De hecho la culpa tiene varios focos:

— Puede originarse dentro de ti. En este caso traes a tu mente siempre un fallo o una decepción. Tu punto de mira está en ti, en tus limitaciones o en tus errores. Te tratas con desprecio, con una dureza terrible que te impide avanzar y ver lo positivo.

— Puede surgir del exterior. Cuando tu entorno te recuerda o te apunta con el «dedo acusador»: en la infancia, «debería darte vergüenza…», «si haces eso, pones triste a papá…»; o en la edad adulta, «deberías haber estudiado Económicas», «no tendrías que haberte casado con…», «no deberías haber entrado en ese negocio», «tendrías que haberlo visto venir…».

¡Cuidado! Tanto las voces interiores como las exteriores pueden resultar igual de perjudiciales para la mente y para el cuerpo.

Ver 6 consejos para dejar de sentirte culpable

La culpa hunde; no permite avanzar. Algunos sentimientos de culpa pueden conducir a estados de ánimo severos. Es relativamente frecuente tratar en consulta personalidades muy neuróticas, deprimidas, que se han instalado en un proceso de culpa que no consiguen sanar. Cuando la culpa tenga una base real —¡a veces sí cometemos errores graves!— intenta que ese pasado erróneo sea un impulso para mejorar, para aprender y superar esa caída.

La culpa y cómo apaciguarla

EL CASO DE CATALINA

Catalina se casó a los treinta y un años. Ha trabajado toda la vida en una empresa multinacional, viajando por España y Europa. Disfruta con su trabajo y nunca ha sentido instinto maternal.

A los treinta y tres fue madre por primera vez. Tras el parto, durante su baja por maternidad, comenzó a sentir un gran apego hacia su hijo Eduardo. Ella misma se sorprendía leyendo sin parar sobre bebés, lactancia y maternidad. Se dio de alta en varias páginas web para aprender y estar más informada. Acudió a grupos de posparto con otras madres, llevaba a su hijo a masajes y se dedicaba a hablar con otras mujeres sobre la evolución diaria y el desarrollo del pequeño Eduardo.

Pasaron cuatro meses y llegó el día que tocaba volver a trabajar. Ella, que siempre había sido una persona con gran empuje profesional, comenzó con sentimientos de angustia días antes de la incorporación. Al retornar al trabajo era incapaz de desconectar de su casa, activó en su móvil un sistema para ver cómo estaba su bebé a lo largo del día.

Cuando se marchaba de casa, surgía en ella un «sentimiento terrible de culpa» por abandonar a su hijo. Ese pensamiento derivó en un estado de alerta y angustia por el cual no conseguía rendir en el trabajo. En su mente se agolpaban pensamientos de culpa y su único deseo era llegar a casa, abrazar a su hijo y estar con él. Se dio cuenta de que estaba forjando una relación enfermiza madre-hijo. Un par de meses más tarde solicitó la baja por ansiedad.

Cuando la veo en consulta por primera vez me doy cuenta de que ha desarrollado un estado depresivo ansioso derivado de la culpa. Ella nunca imaginó que podría sentir ese instinto —¡natural por otro lado, pero anulado en ella tantos años…!— y ahora mismo, cada vez que le surge la idea de trabajar, miles de pensamientos tóxicos se agolpan en su cabeza, juzgándose y criticando el hecho de abandonar a su hijo.

Empezamos una terapia para ver exactamente el nivel de angustia que presenta. Por otro lado, entramos a desmenuzar su interior, su bloqueo y ansiedad derivados de la culpa. Nos damos cuenta de que proviene de una familia donde su madre siempre trabajó —estaban separados y el padre vivía lejos— y nunca ha tenido una relación excesivamente cercana con ella. Ella explica:

—Mi madre se pasaba el día trabajando fuera, nos dejaba en casa de una vecina con la que hacíamos los deberes y jugábamos con sus hijos. Pocas veces me ha dado un beso o me ha dicho que me quiere. Es muy fría, excesivamente práctica y me juzga con mucha dureza cuando hago algo que no está bien.

La terapia duró varios meses, hasta que comenzó a aceptar los sentimientos de apego que estaban inhibidos en ella. Aprendió a entender a su madre, las circunstancias que rodearon su infancia y a quererla de la manera que es. Hoy trabaja, con reducción de jornada, y está ilusionada esperando su segundo hijo.

La culpa y cómo apaciguarla

CÓMO APACIGUAR EL SENTIMIENTO DE CULPA

— Fíjate y toma nota de las principales culpas que te asaltan la mente a lo largo del día. Observa cuáles son los sucesos de tu vida que te afectan más. Acepta que quizá te juzgas con demasiada dureza en algunos asuntos.

— Haz una lista de fallos, culpas o faltas que hayas podido cometer a lo largo de la vida y que te hayan marcado de alguna manera. Sin exagerar, no seas excesivamente duro ni excesivamente indulgente, un punto medio. Puntúalas de cero a cinco. Gracias a tus anotaciones te darás cuenta de que puedes acotar de forma precisa tu percepción de culpabilidad.

— Observa ese evento de tu pasado que te atormenta como si estuvieras sentado en el tren, viendo esa escena de tu vida pasar ante ti. Date cuenta de que ya no hay forma de influir en ella. La culpa no ayuda, no te hace crecer. No te quita la pena, la angustia o la desesperanza. No es constructiva. Es solo una emoción tóxica que te impide avanzar y que hay que procesar y destruir.

— Vuelve a tu presente con esta pregunta arriesgada: ¿qué me estoy perdiendo de mi presente por vivir enganchado en la culpa? Te sorprenderás, cosas buenas están sucediendo en tu entorno, ¡seguro!, que no eres capaz de percibir.

— Aprende a quererte. Para estar bien en la vida, lo más necesario es saber estar bien con uno mismo. Las personas que se asientan en la culpa no logran visualizar sus fortalezas y sus talentos. Perciben que todo recae constantemente en ellos por sus limitaciones o defectos (¡su percepción está distorsionada!).

— Cuidado con el victimismo. La culpa es una rampa deslizante que acaba en muchas ocasiones en el victimismo, comportamiento neurótico y tóxico que entorpece tu visión de la vida y tu manera de relacionarte con los demás.

— Busca en ti cosas que te agraden. Existen, pero en ocasiones tu estado de ánimo, tus anclajes en el pasado, te lo impiden ver. Seguro que dentro de ti existen aptitudes que pueden ser un impulso para crecer en positivo, ¡aunque disgusten a otros! Ahí está tu mayor reto: despegarte de la opinión y juicio de los demás.

— Fija tus valores. La culpa conlleva que todo el sistema de valores se tambalee. Uno no sabe qué cree ni por qué cree. ¿Qué rige tu vida? Piensa si no estás siendo muy duro contigo mismo por algo impuesto desde fuera o por exigencias de las que te has ido cargando a lo largo de la vida.

Fuente: Cómo hacer que te pasen cosas buenas: Entiende tu cerebro, gestiona tus emociones, mejora tu vida

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