Durante los descansos de los espectáculos en el Coliseo romano, se llevaba a cabo una forma particularmente brutal de entretenimiento que mantenía a la multitud expectante.
Dos prisioneros, cuyas manos estaban atadas, eran colocados en un balancín y obligados a mantener el equilibrio el mayor tiempo posible. La única salida para aquellos que no lograban mantener el equilibrio era caer directamente en el caos que se desataba a continuación: la condena a ser devorados por animales salvajes.
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Mientras tanto, decenas de miles de ciudadanos romanos, dispuestos en las gradas del Coliseo, observaban con una mezcla de aburrimiento y morbo. La expectativa era alta, pero no tanto como para que la multitud perdiera el interés antes de que comenzara la siguiente parte del "gran espectáculo". Este intervalo, aunque sangriento, tenía la función de mantener a la audiencia entretenida y animada.
De repente, con un estrépito que anunciaba el inicio del horror, se abrieron trampillas en el suelo de la arena. León, osos, jabalíes y leopardos, ansiosos y hambrientos, emergieron en la arena. Los animales, guiados por sus instintos salvajes, se lanzaron sobre los prisioneros, quienes, aterrorizados, intentaban desesperadamente liberarse de las garras de las bestias.
El caos se intensificó cuando uno de los prisioneros, en un intento desesperado por salvarse, se arrojó al suelo, llevando a su compañero en el balancín a caer directamente en medio de los animales salvajes. Los animales se abalanzaron sobre él con ferocidad, atacándolo con sus garras y dientes. La brutalidad del momento era palpable y la arena se convertía en un escenario de pura barbarie.
La multitud romana, en lugar de mostrar empatía, se entregó a una orgía de entretenimiento macabro. La risa y los gritos de la multitud se mezclaban con los sonidos del caos que se desarrollaba en la arena. Los espectadores comenzaron a aplaudir y a hacer apuestas, especulando sobre cuál de los prisioneros moriría primero, quién duraría más tiempo y cuál sería finalmente el elegido por el león más grande que aún deambulaba cerca de la orilla de la arena.
Con este espectáculo intermedio de damnatio ad bestias, el Coliseo cumplía su propósito de mantener a la audiencia cautiva y entretenida, con el morbo y la crueldad como elementos clave para sostener su interés. Mientras la sangre se mezclaba con la arena blanca y pura, los organizadores del espectáculo sabían que el entretenimiento estaba garantizado y que la población romana, cansada pero fascinada, se mantendría en sus asientos, deleitada por la brutalidad y la violencia del evento.
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Después de esta locura tenemos que leer a los manolos criticar a los mayas
ResponderEliminarTú no los criticad?
EliminarEstás de acuerdo con lo que hacían?
Un tipo con categoría humana, sí señor.
Una bestialidad, como todas estos imperios monstruosos.
ResponderEliminarEran tiempos en donde si querías sobrevivir tenías que ser excelente en lo que fuera que hicieses, tiempos de bárbaras naciones.
ResponderEliminarEn México todavía tenemos que soportar una de las atrocidades que impusieron los manolos: su versión tercermundista del coliseo llamada "plaza de toros" donde se usan precisamente toros en lugar de leones, para hacer lo mismo.
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