En el año 1947, el fotógrafo Lennart Nilsson capturó una escena devastadora en Svalbard, un archipiélago en el Ártico noruego, que tocó profundamente a quienes la vieron. La fotografía, publicada en el artículo titulado Polar Bear , mostraba un doloroso momento en el que un cachorro de oso, destrozado por el sufrimiento, abrazaba el cuerpo sin vida de su madre. Este joven oso pasó el día entero y la noche acurrucado junto a ella, lloriqueando y negándose a comer, como si en su lamento quisiera retener el vínculo con su madre, sin entender o aceptar que ella ya no volvería. La imagen y la historia resonaron en su momento, revelando a un público global la capacidad de los animales para experimentar dolor y duelo, y marcando uno de los primeros momentos en que se debatió públicamente la idea de que los animales son seres sintientes. Esa fotografía, más allá de ser un testimonio de la crudeza de la vida en la naturaleza, también sirvió como un recordatorio inquietante de cómo nuestras ac