Hay un parque donde en mi ciudad se olvidan las cabezas. Son cabezas de personas ilustres, con mucha pompa y circunstancia, elegantes barbas y bigote en punta. Un parque donde el ego de estas cabezas se disuelve a la par que el olvido, mientras el viento sopla incansable, las hojas se arremolinan y las cotorras inmigrantes te ensordecen.
Son cabezas del
callejero, de nombres rimbombantes, decimonónicos y de los que a veces tenemos
un leve recuerdo, un “me suena de algo”, un desvanecido lo tengo en la punta de
la lengua.
El parque de las cabezas olvidadas |
Estas personas, de
hace mas de cien años, fueron muy importantes en su día. La sociedad les rindió
tributo a su saber, querer y poder, y de esta forma, con un busto y un pedestal
se honró a su persona, a su ego y a su buena o mala cabeza. Gentes de alto copete, ellos con sombreros de
copa y frac y ellas con riguroso vestido de negro y joyas de riguroso oro,
asistieron al soporífero y cultísimo discurso con el que se descubría esta
estatua, este busto, esta cabeza, en reconocimiento de la ciudad a los méritos
del tan insigne e ilustre prócer de la Patria. Una foto en sepia, a veces un
daguerrotipo en la memoria junto a los sones de la banda la música municipal.
Ahora, es curioso
ver en el parque de mi ciudad, recuperados de un posible viaje final a un
vertedero y diseminados en sus jardines, estos bustos de personas cuyo nombre
ya casi no se puede leer y cuya cara ya nada nos dice. Estas metálicas cabezas
aguantan imperturbables la lluvia, el viento, el frío, los restos de las
palomas que se posan en sus coronillas y los grafitis de los descerebrados
garabateros que nos tunean la ciudad ante la pasividad de nuestros
representantes municipales y la resignación de la aborregada ciudadanía con
auriculares en sus orejas y mensajes digitales en la palma de su mano.
“Sic transit gloria
mundi” decían los latinos y tal vez también las cabezas de mi parque cuando aun
eran de carne y hueso. Hasta el mismo parque ha cambiado de nombre varias veces
porque el nombre del anterior prócer ya nadie lo ubica. Aunque es justo señalar
que para la ciudad seguirá siendo el
“parque grande”. Curiosamente, las cabezas olvidadas se encuentran cerca del
cementerio, donde en pomposos panteones, tumbas y sepulcros ya poco blanqueados
se pudren de forma solemne los cuerpos que pasearon estas cabezas. Aunque si
escuchas bien, se retuercen su huesos de rabia al ver en qué han acabado sus
ilustres y orgullosas cabezas. En la fosa común, sin embargo, otros huesos no
paran de reírse al modo de los muertos.
Propongo llenar la
ciudad de bustos y cabezas metálicas de los modernos egos con coche oficial,
así nuestros bisnietos grafiteros y las bandadas de cotorras les darán poética
justicia para deleite de los huesos sin fin de la fosa común. Mientras tanto,
aguantaremos las ideas que les surjan de la parte del cuerpo que usan para
separar sus orejas. Por cierto, querido
lector, te ruego que no hagas comentarios sobre separarles en vida la cabeza de
su cuerpo: te lo he puesto muy, muy fácil, así que espero algo más creativo de
alguien tan inteligente como tú.
Así es. Si algún "padre de la patria" te cae gordo hay que contribuir para que erijan su estatua en cualquier parque y luego los gamberros y las palomas hagan el resto. Pocas son las estatuas que no han sido cagadas convenientemente.
ResponderEliminarUn saludo.
Con el tiempo, todo acaba convenientemente cagado, Cayetano
EliminarSaludos