En el mundo del espectáculo, solemos asociar la fama con el éxito y la riqueza.
Sin embargo, la historia de Nǃxau ǂToma, también conocido como Gcao Tekene, demuestra que la realidad puede ser mucho más injusta y amarga, especialmente para quienes provienen de entornos humildes y ajenos a las reglas del mercado global. Ver Lo que nunca te enseñaron
En 1980, un director sudafricano tuvo la idea de rodar una película que retratara la vida de los bosquimanos del Kalahari. Para dotar de autenticidad a su proyecto, viajó a Namibia en busca de un auténtico bosquimano. Así fue como encontró a Gcao Tekene, un hombre sencillo, pastor y cazador, que vivía según las tradiciones ancestrales de su pueblo, sin contacto con el mundo moderno ni con conceptos como el dinero, el cine o la fama.
El director le ofreció a Tekene el papel principal en la película “Los dioses deben estar locos”, una comedia que se convertiría en el mayor éxito financiero de la historia del cine sudafricano. La película, hecha con un presupuesto modesto, recaudó más de 200 millones de dólares en todo el mundo. El rostro de Tekene se hizo famoso en todos los continentes, y su personaje conquistó a millones de espectadores con su inocencia y carisma.
Sin embargo, la realidad tras las cámaras fue muy diferente. Por su papel estelar, el director le pagó a Tekene apenas 300 dólares. Para un hombre que nunca había manejado dinero ni comprendía su valor, esa suma era tan abstracta como cualquier otra cosa del mundo moderno. Las historias cuentan que Tekene, sin saber qué hacer con los billetes, los dejaba volar con el viento, sin entender la importancia que tenían para quienes lo rodeaban.
Mientras la película convertía en millonarios a su director y a los productores, Tekene regresaba a su vida sencilla en el desierto, sin experimentar los beneficios materiales de la fama que había alcanzado. Su historia es un claro ejemplo de cómo la industria del entretenimiento puede aprovecharse de la ingenuidad y la falta de información de quienes vienen de culturas diferentes, negándoles el reconocimiento y la recompensa que merecen.
En 1989, cuando se rodó la secuela de la película, Tekene ya había aprendido algo sobre el valor del dinero y exigió una compensación justa. Esta vez recibió medio millón de dólares, una suma que le permitió mejorar la vida de su familia. Construyó una casa cómoda, instaló plomería y baño, y adquirió un coche con conductor, ya que nunca le encontró sentido a aprender a conducir él mismo. Sin embargo, el dinero no duró mucho. Su generosidad con amigos y familiares, sumada a la falta de experiencia en la gestión de grandes sumas, hizo que pronto se quedara sin recursos.
A pesar de su fama internacional, Tekene nunca disfrutó de la riqueza que suele acompañar a las grandes estrellas. Su vida siguió marcada por la sencillez y la generosidad, pero también por la injusticia de un sistema que premia a unos pocos y olvida a quienes, como él, aportan autenticidad y humanidad a la pantalla.
Gcao Tekene falleció en 2004, dejando tras de sí una historia de éxito y despojo. Su rostro sigue siendo conocido en todo el mundo, pero su historia es un recordatorio de que la fama no siempre va de la mano de la justicia y la recompensa. La suya es, sin duda, una de las historias más injustas que le ha tocado vivir a una celebridad.
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