Había una vez un hombre tan increíblemente perezoso que no movía ni un músculo desde el amanecer hasta el atardecer.
Su vida se reducía a dormir, comer y mirar al techo. Su mujer,
agotada de cargar con toda la responsabilidad del hogar, le suplicaba cada día:
—¡No puedes seguir así! Trabajo todo el día y ni siquiera te
levantas. ¡Me vas a agotar!
Pero él, con la tranquilidad de quien nunca ha sentido urgencia
alguna, le respondía:
—No te preocupes, mi amor… Un día seremos ricos y tú no tendrás
que trabajar más.
—¿Y cómo vamos a hacernos ricos si tú ni siquiera te mueves?
Entonces él, con tono solemne, declaró:
—Dicen que hay un sabio más allá de las montañas que conoce el
secreto de la riqueza. Iré a preguntarle.
Contra todo pronóstico, y a pesar de su naturaleza, el hombre
perezoso emprendió el viaje al día siguiente. No por convicción, sino porque
creyó que encontraría una fórmula mágica para ser rico sin necesidad de
esfuerzo, estrategia, ni compromiso.
Encuentros que ofrecían más de lo que aparentaban
En su camino, el hombre se cruzó con un lobo flaco, huesudo y de
mirada hambrienta.
—¿A dónde vas? —gruñó el lobo.
—Voy a preguntar al sabio cómo hacerme rico —respondió el viajero.
—Si lo haces… ¿Podrías preguntarle por qué estoy tan delgado? Como
sin parar, pero no engordo.
—Claro, no hay problema —contestó sin interés.
Más adelante, se encontró con un viejo manzano cubierto de frutos
podridos.
—Por favor —le dijo el árbol con voz temblorosa—, pregúntale al
sabio por qué mis manzanas se pudren antes de madurar.
—Lo haré —asintió el perezoso.
Casi llegando a su destino, escuchó un chapoteo agónico. Era un
pez jadeando a la orilla de un lago.
—¡Ayúdame! Tengo algo atascado en la garganta. Pregunta al sabio
qué puedo hacer.
—Está bien, se lo diré —dijo el hombre sin detenerse.
Había recogido ya tres preguntas sin saber que cada una
representaba una oportunidad de éxito, riqueza y propósito. Pero aún no lo
comprendía. Él solo pensaba en la promesa del sabio: una estrategia rápida y
sin esfuerzo.
La respuesta del sabio: un mapa hacia la riqueza
Finalmente, llegó al pie de una montaña donde el sabio meditaba en
silencio.
—Maestro, vengo a saber cómo hacerme rico… y, bueno, también tengo
unas preguntas de camino.
El sabio, sin abrir los ojos, habló con serenidad:
—El pez tiene una gema preciosa atascada en la garganta. Si
alguien la extrae, obtendrá un gran tesoro y el pez sanará.
—El árbol guarda un cofre lleno de oro bajo sus raíces. Si alguien
lo desentierra, el árbol dará frutos perfectos.
—Y el lobo… debe comerse al primer hombre perezoso que encuentre.
El hombre tragó saliva.
—¿Y yo? ¿Qué tengo que hacer para ser rico?
—Simple —dijo el sabio—. Vuelve por donde viniste.
El perezoso sonrió con alivio. “¡Perfecto! Solo tengo que caminar
de regreso. Sin esfuerzo, sin estrategia, sin cavar ni saltar. ¡Qué maravilla!”
Las oportunidades no esperan a los indecisos
Mientras regresaba por el mismo camino, volvió a encontrarse con
el pez.
—¡Toma la gema! ¡Es tuya! ¡Solo tienes que sacarla!
—¿Meterme en el agua? No, gracias —respondió él—. El sabio dijo
que solo debo volver. Nada más.
Más adelante, el manzano le habló de nuevo:
—¡Por favor! ¡Cava bajo mis raíces! Encontrarás un tesoro
enterrado y me salvarás.
—¿Cavar? Demasiado trabajo para un simple árbol —resopló el
hombre.
Finalmente, llegó al lobo flaco, que lo miró fijamente.
—¿Qué dijo el sabio de mí?
—Dijo que debías comerte al primer perezoso que encontraras en tu
camino —respondió el viajero, sin captar el peligro de sus propias palabras.
—Perfecto —rugió el lobo, abriendo las fauces.
Y así fue como el lobo devoró al hombre perezoso.
La pereza no solo había destruido sus posibilidades de éxito,
riqueza y propósito. Había sido su sentencia.
Estrategia, esfuerzo y propósito: lo que el hombre ignoró
Este cuento, aunque aparentemente simple, encierra una poderosa
lección de vida. El hombre tenía ante sí una estrategia clara para alcanzar el
éxito y la riqueza: tres oportunidades directas con una recompensa asegurada.
Solo tenía que actuar. Pero no quiso mojarse, no quiso cavar, no quiso ayudar.
Y esa pasividad lo consumió.
El problema no era la falta de información ni de oportunidades.
Era la ausencia de compromiso, de propósito, de estrategia. El éxito nunca
llega a quienes solo esperan. Llega a los que se mueven. A los que están
dispuestos a saltar al agua, a mancharse las manos, a esforzarse. A los que
entienden que cada paso puede abrir una puerta hacia algo más grande.
El precio de no actuar cuando tienes el mapa en las manos
La historia de este hombre perezoso representa a todos aquellos
que esperan resultados sin acción. Que quieren riqueza sin esfuerzo, éxito sin
estrategia, propósito sin movimiento. Pero la vida no funciona así.
Cuando la gema está frente a ti, debes estirar la mano. Cuando el
tesoro está enterrado, debes cavar. Cuando alguien necesita ayuda, debes
ofrecerla. Y cuando tú mismo quieres crecer, debes moverte. Esa es la única
estrategia real que siempre funciona: actuar con intención, disciplina y
corazón.
Pregúntate: ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar?
Este cuento es un espejo brutal. Nos muestra que no basta con
desear el éxito, la riqueza, el propósito o la realización. Hace falta
estrategia, movimiento y voluntad. Incluso cuando la respuesta está al alcance,
si no te levantas y haces algo, no llegará nunca.
Así que pregúntate hoy: ¿cuánto estás dispuesto a hacer por tu
sueño? ¿Lo suficiente como para mojarte, cavar y ayudar? ¿O te sentarás a
esperar que el éxito llame solo a tu puerta?
Recuerda: la estrategia sin acción es solo un deseo. El esfuerzo
sin dirección es solo desgaste. Pero cuando unes estrategia, esfuerzo,
propósito, éxito y riqueza, entonces todo cambia. Entonces sí, estás preparado
para alcanzar algo verdaderamente grande.
La pereza no es comodidad, es una trampa disfrazada. Y en ese
letargo puedes perder todo. Hasta la vida. Actúa, crea tu camino, y recuerda
siempre esta fórmula infalible: estrategia + acción = resultados.
Y tú, ¿qué opinas?
Te invito cordialmente a compartir esto con todos tus amigos. Tu apoyo significa mucho. ¡Gracias de antemano!

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