Este era un infeliz, algo tramposo, que estaba empeñado con todos los vecinos, y como le aburrían demasiado pidiéndole su dinero, fingió una enfermedad y se metió en la cama. Los vecinos fueron a visitarle, se sentaron alrededor de su cama y, compadecidos, empezaron a decirle: —Lo que es por mí, no te apures. Yo te perdono las pesetas que me debes. —¡Pobrecito! Y yo también. —Pues yo no quiero ser menos, y también... Y así todos menos uno: el sastre: —A mí me debe un real y me lo paga. —Pero hombre, ¡ten caridad! ¿Tú no ves que se muere el pobrecito? —Si se muere, que se muera. Pero a mí, ¡ya lo creo que me paga! El real del sastre y un muerto poco muerto Tanto se incomodó el enfermo con la codicia del sastre, que fingió que se moría, para que no se saliese con la suya. Lo metieron en la caja, le pusieron en las andas y le hicieron el entierro. Colocaron el cadáver en la iglesia, y el sastre, que no pensaba más que cobrar su real, se refugió en