A menudo, el hombre ha tratado a los animales como simples objetos, buscando únicamente beneficios económicos.
Un ejemplo trágico de esto es la historia de Tyke (Mozambique, 1974 - Honolulu, 1994), una elefanta que se hizo famosa por su desesperada rebelión tras años de abusos.
Durante una actuación de circo en Honolulu, Tyke sufrió un ataque de ira incontrolable. En su furia, atacó y mató a Allen Campbell, su domador, quien la había maltratado durante años. Poco después, rompió las puertas de la arena y arremetió contra varios autos estacionados en la ciudad.
Nadie logró calmarla ni detenerla, excepto la policía, que utilizó 86 disparos de escopeta para acabar con su vida. La elefanta agonizó durante más de dos horas, desangrándose lentamente, mientras el horror se extendía entre los testigos.
El dueño del circo, John Cuneo Jr., fue denunciado no solo por maltrato animal, sino también por causar un profundo trauma psicológico en los niños presentes aquel día.
Como si el caso no fuera ya suficientemente desgarrador, una investigación posterior reveló que Campbell, el domador, era conocido en los zoológicos por su trato cruel hacia los animales. Incluso se encontraron rastros de cocaína y alcohol en su casa durante la autopsia.
Al recordar esta historia, vuelvo a mirar las fotografías de Tyke. En sus ojos no hay más que terror e ira. No tuvieron compasión por ella ni siquiera al matarla, tras una vida marcada por el sufrimiento que le impusieron.
Es imposible no sentir cuánto dolor hubo en su existencia.
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