Progresistas y sus contradicciones: las 7 grandes incongruencias con el pensamiento de Marx y la defensa del obrero
Los partidos de izquierda actuales traicionan en muchos aspectos las bases del pensamiento marxista y la auténtica defensa del movimiento obrero.
En su lugar, muchos de estos movimientos se han
volcado hacia causas identitarias, culturales o tecnocráticas que poco tienen
que ver con el sufrimiento material del obrero. A continuación, analizamos siete
incongruencias fundamentales entre el pensamiento marxista original y el
discurso progresista contemporáneo.
1. El abandono de la lucha de clases
Marx veía la historia como una lucha constante
entre explotadores y explotados. Para él, toda estructura económica generaba
antagonismos que debían resolverse mediante la conciencia de clase.
Sin embargo, los partidos progresistas
modernos han sustituido esa lucha de clases por una narrativa de convivencia
social basada en el consenso y la corrección política. Ya no se habla del
burgués frente al proletario, sino de “diversidad”, “inclusión” o “pluralismo”.
Esa transformación diluye el conflicto central
que, según Marx, impulsaba el cambio histórico. El resultado: una izquierda
desclasada que defiende causas simbólicas mientras los trabajadores reales
pierden poder adquisitivo, derechos laborales y representación política.
2. La sustitución del obrero por las causas identitarias
Marx escribió que “la emancipación de los
trabajadores será obra de los propios trabajadores”. Pero los progresistas
actuales han desplazado al obrero del centro de su discurso. En su lugar,
priorizan las luchas culturales, de género o minoritarias.
Aunque estas causas pueden ser legítimas, al
convertirse en el eje del discurso político han eclipsado la cuestión material.
La pobreza, la precariedad y la desigualdad han sido relegadas a un segundo
plano. Los progresistas hablan del lenguaje inclusivo mientras millones
de trabajadores sobreviven con salarios que no alcanzan para vivir.
El marxismo aspiraba a la igualdad económica, no
solo a la diversidad simbólica. El nuevo progresismo, al renunciar a la
cuestión material, se vuelve un movimiento más moral que revolucionario.
3. La alianza con el capitalismo global
Una de las mayores paradojas es la cercanía de
muchos partidos progresistas con las grandes corporaciones tecnológicas,
financieras y mediáticas. Mientras Marx denunció al capital como fuente de
explotación, hoy las izquierdas contemporáneas colaboran con él en nombre del
“progreso”, la “innovación” y la “sostenibilidad”.
Estas alianzas diluyen cualquier discurso
anticapitalista. Grandes multinacionales promueven campañas “inclusivas” o
“verdes” mientras precarizan a miles de empleados. El progresismo se ha
convertido en el rostro amable del capitalismo digital, legitimando su poder
bajo la apariencia de modernidad y responsabilidad social.
Marx advertía que “las ideas dominantes de una
época son las ideas de la clase dominante”. Hoy, los progresistas
difunden esas ideas bajo el disfraz de progreso.
4. El desprecio por la nación y la clase trabajadora tradicional
Marx defendía el internacionalismo proletario,
pero también entendía que el obrero tenía raíces concretas: su tierra, su
comunidad, su cultura. Los progresistas actuales, en cambio, han
demonizado cualquier referencia nacional o popular, considerándola retrógrada.
Este error ha abierto un vacío que las fuerzas
populistas o conservadoras han llenado. Mientras la izquierda renuncia al
obrero nacional, otros partidos lo rescatan con discursos de protección
económica y orgullo laboral.
El resultado: millones de trabajadores sienten que los progresistas ya no los representan. Y no se equivocan. La izquierda posmoderna prefiere hablar de minorías urbanas antes que del minero, el agricultor o el mecánico.
5. La defensa acrítica de la inmigración masiva
Marx criticaba la importación de trabajadores
irlandeses a Inglaterra porque bajaban los salarios del proletariado local. Sin
embargo, los partidos progresistas de hoy defienden una inmigración sin
límites como símbolo de apertura y solidaridad. Ver
El problema, desde un punto de vista marxista, es
que la sobreoferta de mano de obra genera una presión directa sobre los sueldos
y las condiciones laborales. Esta política, lejos de empoderar al obrero,
favorece al capital, que obtiene trabajadores más baratos y divididos por
diferencias culturales o lingüísticas.
Convertir la inmigración en bandera ideológica
sin atender a sus consecuencias económicas es, según el pensamiento de Marx,
una contradicción directa con la defensa del proletariado.
6. El culto al Estado burocrático
Marx no veía al Estado como una solución
permanente, sino como un instrumento de dominación de clase. Para él, incluso
el Estado obrero debía ser transitorio, orientado a desaparecer con la
emancipación total del trabajador.
Los progresistas actuales, en cambio, han
convertido al Estado en un fin en sí mismo. Su estrategia consiste en
aumentar impuestos, expandir ministerios y crear subsidios, creyendo que más
burocracia significa más justicia social.
Sin embargo, esto genera dependencia,
clientelismo y corrupción. En lugar de liberar al obrero, lo atan a la
maquinaria estatal. Marx jamás defendió un Estado paternalista, sino la
autogestión de los trabajadores y el control colectivo de los medios de
producción.
7. La adopción del individualismo moral burgués
Finalmente, la mayor paradoja del progresismo
contemporáneo es su adopción del mismo individualismo que Marx denunciaba en la
burguesía. En lugar de promover la solidaridad de clase, los progresistas
fomentan una cultura del “yo”: la autorrealización personal, la identidad
individual y la validación emocional.
El nuevo discurso gira en torno al bienestar
subjetivo, la autoexpresión y la autenticidad. Pero el marxismo defendía lo
colectivo, no el narcisismo. Marx creía que la libertad individual solo podía florecer
en una sociedad libre de explotación, no en una donde cada uno lucha por su
visibilidad.
El progresismo actual, atrapado en la lógica del
consumo y la autoimagen, ha olvidado que la liberación no se consigue con
“likes”, sino con poder económico y conciencia de clase.
La gran ironía del progresismo moderno
En nombre del “progreso”, los progresistas
han terminado reforzando la estructura que Marx intentó destruir. Han
abandonado la crítica al capital, han reemplazado la lucha de clases por el
activismo simbólico y han convertido la justicia social en marketing político.
Mientras tanto, las grandes corporaciones
celebran esta evolución. Saben que un obrero preocupado por pronombres o
símbolos es menos peligroso que uno que exige control sobre los medios de
producción. Esa es la estrategia perfecta del capitalismo: transformar
la rebelión en espectáculo y la crítica en identidad.
Conclusión: volver al Marx real
Marx no fue un moralista ni un predicador de
modas culturales. Fue un analista brutal de la economía y la dominación.
Comprendió que el poder no cambia con palabras, sino con estructuras.
Si los partidos progresistas quieren
recuperar la credibilidad, deben regresar a las raíces: la defensa del trabajo,
la redistribución de la riqueza y la lucha contra el capital financiero. No
basta con ser “progresista”; hay que ser coherente con la historia del
movimiento obrero.
El marxismo no se trataba de moral, sino de
poder. Y mientras la izquierda siga confundiendo justicia social con estética
política, seguirá siendo —como diría Marx— “la mejor aliada del capital que
finge combatir”.
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