Del máximo desorden al máximo orden. Parece ser que se cumple, como en la Revolución Francesa en 1.798 o en la soviética en 1.917. Cayeron los Borbones y los Zares, aparecieron Napoleón y Stalin. Como en todo, siempre hay excepciones.
Cuando la monarquía electiva se convirtió en hereditaria, inmediatamente comenzaron los herederos a degenerar de sus antepasados, y prescindiendo de las obras virtuosas, creían que los príncipes sólo estaban obligados a superar a los demás en lujo, lascivia y toda clase de placeres. Comenzó, pues, el odio contra los monarcas, empezaron éstos a temerlo, y pasando pronto del temor a la ofensa, surgió la tiranía.
Ésta dio origen a los desórdenes, conspiraciones y atentados contra los soberanos, tramados, no por los humildes y débiles, sino por los que sobrepujaban a los demás en riquezas, generosidad, nobleza y ánimo valeroso, que no podían sufrir la desarreglada vida de los monarcas.
Revoluciones, está todo inventado |
La multitud, alentada por la autoridad de los poderosos, se armaba contra el tirano, y muerto éste, obedecía a aquéllos como a sus libertadores. Aborreciendo los jefes de la sublevación el nombre de rey o la autoridad suprema de una sola persona, constituían por sí mismos un gobierno, y al principio, por tener vivo el recuerdo de la pasada tiranía, ateníanse a las leyes por ellos establecidas, posponiendo su utilidad personal al bien común, y administrando con suma diligencia y rectitud los asuntos públicos y privados.
Cuando la gobernación llegó a manos de sus descendientes, que ni habían conocido las variaciones de la fortuna ni experimentado los males de la tiranía, no satisfaciéndoles la igualdad civil se entregaron a la avaricia, a la ambición, a los atentados contra el honor de las mujeres, convirtiendo el gobierno aristocrático en oligarquía, sin respeto alguno a la dignidad ajena.
Esta nueva tiranía tuvo al poco tiempo la misma suerte que la monárquica, porque el pueblo, disgustado de tal gobierno, se hizo instrumento de los que de algún modo intentaban derribar a los gobernantes. MAQUIAVELO. Discursos sobre la primera década de Tito Livio, 1, II
Como cito en el libro Manual y Espejo de Cortesanos ,en estos casos es mejor seguir el ejemplo de Tayllerand, que siendo anciano y al oír los disparos y algaradas de una revuelta, dijo que íbamos ganando. Preguntado por su criado en qué bando estaba, le contestó que mañana, cuando sepamos quien ha ganado, lo sabremos.
Por ahí hay una premisa que dice que el poder corrompe.
ResponderEliminarLas revoluciones supuestamente persiguen un fin: Sacar a quien se corrompido en el poder. Algunas veces, que desde mi punto de vista son las más, empeoran la situación previa...Rusia, Cuba, Europa del este, China, Venezuela...
Saludos
Grave Error amigo Manuel... Los revolucionarios no tienen como fin sacar la corrupción del poder, sino ponerse en su lugar.
ResponderEliminarY como normalmente el revolucionario no tiene muchos escrupulos de conciencia, porque si los tuviera no sería revolucionario, cuando ejerce el poder ya se sabe lo que pasa.