Los dandys nos excitan porque son inclasificables, y porque insinúan una libertad que deseamos, juegan con la masculinidad y la feminidad; inventan su imagen física, asombrosa siempre; son misteriosos y elusivos.
Casi todos nos sentimos atrapados en los limitados papeles que el mundo espera que actuemos. Al instante nos atraen quienes son más desenvueltas, más ambiguos, que nosotros: aquellos que crean su propio personaje.
Personalidad seductora. El dandy. Rodolfo Valentino |
Cuando en 1913, a los dieciocho años de edad, Rodolfo Guglielmi emigró de Italia a Estados Unidos, no tenía ninguna habilidad particular más allá de su buena apariencia y su destreza para bailar. A fin de aprovechar estas cualidades, buscó trabajo en los "thés dansants", salones de baile de Manhattan a los que iban jóvenes solas o con amigas y pagaban a un acompañante de baile para divertirse un rato.
El bailarín las hacía girar hábilmente por la pista, galanteaba y charlaba con ellas, todo por una cuota reducida. En poco tiempo, Guglielmi se hizo fama de ser uno de los mejores: grácil, desenvuelto y guapo. Puesto que trabajaba como pareja de baile, Guglielmi pasaba mucho tiempo con mujeres. Pronto supo qué les agradaba: cómo ser su reflejo en formas sutiles, cómo relajarlas (aunque no demasiado). Así, empezó a prestar atención a su atuendo, y se creó una apariencia atildada: bailaba con un corsé bajo la camisa para procurarse una figura esbelta, lucía un reloj de pulsera (considerado afeminado en esos días) y decía ser marqués. En 1915 consiguió empleo bailando tango en restaurantes de lujo, y cambió su nombre por el más evocativo de Rodolfo di Valentino. Un año después SIGUE LEYENDO...
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