Ningún estudio sobre la justicia medieval, por más teñido de sangre que esté, puede considerarse completo sin una dolorosa pero necesaria reflexión sobre los métodos del juicio por ordalía.
Estos juicios, supuestamente reveladores del favor divino, incluían pruebas tan brutales como cargar una barra de hierro al rojo vivo por tres pasos o rescatar una piedra en agua hirviendo.
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La tasa de curación, evaluada tras tres días, se consideraba un indicio del juicio de Dios, bajo la premisa de que el Todopoderoso favorecía a los inocentes. Otra variante consistía en atar y arrojar al acusado a un estanque: si flotaba, se le declaraba culpable, pues se creía que el agua bendita rechazaba el mal.
Los normandos, en su pragmatismo, simplificaron este proceso al juicio por combate. En este, los litigantes se enfrentaban hasta que uno gritara "Craven" (cobarde), asumiendo que el vencedor gozaba del favor divino y, por ende, era inocente.
Aunque indudablemente crueles (y esto era solo la investigación, no el castigo), cabe cuestionarse la frecuencia real de estas prácticas en la vida cotidiana. Es más probable que dichas prácticas se emplearan como medidas extremas en lugar de ser procedimientos habituales. Ningún tribunal necesitaría recurrir a la ordalía habiendo pruebas, testigos o una confesión. Mejor aún, se prefería llegar a un acuerdo. Y, a menos que no hubiera alternativa, ¿quién optaría por caminar sobre nueve rejas de arado al rojo vivo en lugar de confesar?
No obstante, estas prácticas ya habían sido cuestionadas durante al menos tres siglos cuando, en 1215, el Papa Inocencio III (figura controvertida que había ordenado cruzadas en España, Tierra Santa y el sur de Francia contra los cátaros herejes, causando miles de muertes) las prohibió mediante una bula papal. En esencia, el decreto papal declaraba: "Dios considera que el juicio por ordalía es absurdo y no participará más en ello". Consecuentemente, se prohibió a los sacerdotes oficiar estos juicios.
Este edicto marcó el principio del fin del juicio por ordalía, dando paso al juicio por jurado que persiste hasta nuestros días. Una transición que, sin duda, merece nuestra gratitud.
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