El valor de la verdadera compañía
En un tranquilo valle, un hombre llamado Elías decidió celebrar la abundancia de su cosecha. Sacrificó el ternero más gordo de su rebaño, preparó una gran parrilla y, con alegría, le dijo a su hermano, Samuel: "Sal y convoca a nuestros seres queridos, a nuestros vecinos, a todos aquellos que comparten nuestra vida, para que celebren con nosotros este festín".
Samuel, lleno de entusiasmo, salió a la plaza del pueblo, pero en lugar de anunciar la fiesta, gritó con voz angustiada: "¡Gente, por favor, ayúdennos! ¡Un incendio amenaza la casa de mi hermano!".
Un silencio tenso se apoderó del lugar. Después de unos instantes, un pequeño grupo de personas, con rostros preocupados y dispuestos a ayudar, se dirigió rápidamente hacia la casa de Elías. El resto del pueblo, como si un velo de indiferencia los cubriera, continuó con sus actividades cotidianas, ignorando el llamado de auxilio.
Mientras tanto, en la casa de Elías, los invitados que habían acudido al llamado original disfrutaban de la comida y la bebida, ajenos a la angustia simulada. Comían y bebían con tal desenfreno que parecían más interesados en saciar su apetito que en compartir la alegría del momento.
Elías, con el corazón apesadumbrado, se dirigió a su hermano: "Samuel, ¿dónde están nuestros amigos, nuestros compañeros de vida? Las personas que han venido a nuestra mesa son desconocidos, rostros que nunca antes habíamos visto".
Samuel, con sabiduría en su mirada, respondió: "Hermano, aquellos que dejaron sus hogares y sus quehaceres para venir a ayudarnos a apagar un fuego imaginario son los verdaderos invitados a esta celebración. Ellos no vinieron por la comida o la bebida, sino por la preocupación y el deseo de ayudar. Ellos son los que merecen nuestra generosidad y hospitalidad".
Elías comprendió la profunda lección. Aquellos que se habían presentado en el momento de la supuesta crisis eran los verdaderos amigos, los compañeros leales que estarían presentes en cualquier circunstancia. Los demás, los que solo aparecieron para el festín, demostraron que su interés era superficial y egoísta.
Moraleja: No llames amigo, hermano o compañero a quien no encuentres a tu lado en los momentos de dificultad. Porque aquellos que te abandonan en la adversidad no merecen tu confianza, tu generosidad o tu atención. Son como sombras que se desvanecen cuando la luz se atenúa, y solo buscan su propio beneficio en los tiempos de abundancia. Aprende a discernir entre aquellos que te valoran por lo que eres y aquellos que solo te buscan por lo que puedes ofrecerles.
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