Una vez, durante una sesión en el Congreso de Estados Unidos, Abraham Lincoln fue interrumpido por un senador arrogante que, intentando humillarlo, le espetó:
-No hables tan alto, Lincoln. No olvides que tu padre solía hacer zapatos para mi familia. Recuerda tu lugar.
Lincoln, con calma y firmeza, respondió:
-Señor, sé que mi padre hacía zapatos para su familia y
probablemente para muchos otros aquí. Nadie podía igualar su habilidad; era un
verdadero artesano. Sus zapatos no eran simples zapatos, ponía toda su alma en
hacerlos. ¿Tiene alguna queja sobre ellos? Ver
Las
20 leyes de la astucia
Luego añadió:
-Porque yo mismo sé hacer zapatos. Si tiene alguna queja, puedo hacerle otro par. Pero hasta donde sé, nadie se ha quejado jamás de los zapatos de mi padre. Era un genio, un maestro artesano, y estoy orgulloso de él.
El senador, sin palabras, guardó silencio. Lincoln continuó:
-¿Por qué calla ahora? Intentó humillarme, pero con su estrechez de miras solo se ha rebajado usted mismo.
Este intercambio, muy recordado en la historia estadounidense, puso de manifiesto la dignidad del trabajo y el orgullo por las profesiones manuales, que con el tiempo se reflejaron incluso en apellidos comunes como Smith, Taylor o Butcher.
El respeto por el trabajo honesto es un valor fundamental en Estados Unidos y ha sido clave para su desarrollo como superpotencia mundial.
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